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"Amor toxico" dos palabras que se repiten en mi mente muy seguido. Estoy en un grupo de apoyo para mujeres que sufren alguna relación toxica. ¡Si! Es raro que hagan un grupo para eso, al principio me rehúse a venir (Me parecía una idea estúpida), pero créanme que ayuda mucho el hecho de que te escuchen y comprendan por lo que estas pasando. Así nunca te sientes sola y te desahogas con alguien que no va a juzgarte.
Estoy dando clases como todos los días. ¡Amo mi trabajo!
Sorprendentemente todo está en total silencio, a pesar de ser una clase de primer grado de primaria, solo que esta no es cualquier clase. He ganado el premio a mejor maestra del condado, por tres años seguido y aunque no sea un premio muy importante, en mi mundo significa mucho.
Doy clases en la primaria San José, una escuela privada de mucho prestigio en esta ciudad, aquí vienen los hijos de las personas más adineradas.
Respiro profundamente ante la paz que se siente en el salón de clases. Mis alumnos están muy concentrados dibujando a sus familias y ninguno arma alboroto. Lo que me da tiempo para recostarme en mi escritorio y dormir un poco. No he dormido bien a causa de mis vecinos y una fiesta ruidosa que hicieron anoche.
Se que esto no me deja como la mejor maestra, pero juro que tengo sueño.
-¡Maestra! – el grito de una de mis alumnas me sobresalta.
-¿Qué pasa Susi? – pregunto asustada.
Corro hacia donde esta la pequeña niña que esta con la cara roja, a punto de llorar y me agacho para quedar a su altura. Me el nombre de todos mis alumnos, soy una maestra muy dedicada.
-Jorge se comió mi crayón azul – lloriquea.
Suspiro aliviada. Ese es un problema menor.
-Susi, Jorge. A mi escritorio, ambos – me incorporo.
Camino de regreso con los dos niños siguiéndome. Ambos tienen la cara roja, pero solo uno de ellos tiene la boca manchada de azul.
-Jorge, por favor discúlpate con Susi – pido calmadamente.
-Lo siento – dice con la cabeza gacha.
-A mi no me lo digas. – espeto firme – te comiste el crayón de Susi, no el mío.
Con tristeza se voltea a mirarla.
-Lo siento, Susi – balbucea.
-bien – sonrío.
Abro la primera gaveta de mi escritorio. Allí fácilmente podría tener otra entrada a Narnia.
Esta repleto de cosas, desde colores, creyones, pinceles, lápices y toda esa clase de cosas, que compro con un bono adicional que me ofrecen sus padres. ¡Ya saben! Para tener todo bajo control por aquí. De allí saco un crayón azul y se lo entrego a Susi.
-Aquí tienes, Susi. Vuelve a tu asiento – digo calmada.
La niña asiente y se va. Jorge intenta hacer lo mismo, pero lo detengo.
-Jorge ¿A dónde vas? No hemos terminado – alzo una ceja.
Agacha la cabeza, como esperando mi regaño, que nunca llega. La verdad es que, si soy estricta, pero también soy cariñosa y por eso los niños me aman.
-¿Por qué te comiste el crayón? – intento parecer comprensiva.
-Tengo hambre – balbucea.
Dibujo una sonrisa amable, para que me tenga confianza. Y busco en otra de mis gavetas, una manzana. ¡Si! También tengo frutas y golosinas para estas ocasiones. A parte de eso, tengo mi propio botiquín de primeros auxilios y cosas de costura por si un niño tiene problemas con su uniforme.
Parezco estar loca, pero esta escuela es mi vida.
-Toma – le entrego la manzana. – Pero no vuelvas a comer crayones.
-Gracias – sonríe
Saco una toallita húmeda y me dedico a limpiarle la cara.
-Listo, ya puedes ir a terminar la tarea. – doy un beso en su cabello.
Sinceramente me siento como si cada uno de estos niños fueran mis hijos. Con la ventaja de que los tienen que mantener otros.
El día transcurre bien, hasta que suena la campana de salida.
-Ok, niños. Una fila y no se separen – tomo al primero de la mano y nos dirigimos a la entrada.
Todos los días hago esto, espero a que los padres los busquen a todos. Cuando el ultimo niño de mi clase es recogido, yo me dispongo a irme. Este día es diferente, todos se han ido menos Violetta Espinoza, una alumna que se acaba de incorporar a mi clase. Y eso que vamos a mitad de año escolar.
-Creo que a tus padres se les olvido venirte a buscar, corazón – le sonrío.
Ella tiene un semblante triste. Yo lo estaría si me dejaran en la escuela por una hora más.
-¿Sabes donde vives? – pregunto con cautela, no muchos niños lo saben.
-No, pero tengo esto – me enseña una pulsera en su mano.
La detallo bien y tiene algo grabado. Me doy cuenta que es su nombre, dirección y alergias. Eso es muy útil, pero también es preocupante si cae en manos de un acosador.
Mentalmente me ubico en esa dirección y me rio al darme cuenta que su casa esta frente a la mía. Debe ser hija de mis nuevos vecinos. Los ruidosos de anoche. Se mudaron ayer e hicieron una fiesta para invitar a todo el vecindario y conocerlos.
-Yo te llevare a casa – informo.
Nos toma unos diez minutos llegar a la casa. Toco la puerta, el timbre y por un rato creo que no hay nadie, hasta que de la nada sale una mujer. Parece haber estado haciendo ejercicio, porque esta toda sudada y con ropa deportiva.
-¿Qué se le ofrece? – pregunta incomoda.
Yo me aparto hacia un lado, dejando ver a Violetta. La mujer se sorprende al verla y la abraza.
-¿Y usted, es..? – cuestiona.
-Soy su maestra, creo que olvidaron ir por ella a la salida – espeto seria.
-Pensé que tenían transporte – se defiende.
-Ese servicio es solo para los de tercero en adelante – explico.
-Entiendo. ¿Cuánto le debo? – pregunta.
Me sorprende escuchar eso. No la traje para que me pagaran, no soy un taxi.
-No se preocupe. También soy su vecina, así que de igual forma venia para acá – trato de no parecer ofendida.
-Ok, bueno gracias – cierra la puerta.
Frunzo el ceño. ¡Pero que grosera es!
Apenas la conozco y ya me cae mal. ¿O es envidia?
No puedo creer que sea madre y tenga semejante cuerpo, esta toda perfecta, parece una modelo. Aunque pensándolo bien, creo que su cara me es familiar. Si supiera su nombre, la buscara en Google.
En fin, espero que vayan a buscar a Violetta mañana, porque no me convertiré en su transporte personal.
¿A quien engaño? Soy tan boba que, si me lo pediría, le dijera que sí. Solo por ser mi alumna.
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