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Así es él de prohibido. Robusto, efervescente, hilarante, intrépido, una total caricia al paladar. Carlos Mendoza es el jefe del lugar, y no es para menos, su esfuerzo y dedicación le han permitido llevar a Textil Manufacturing a posicionarse como una de las mejores empresas del rubro textil en los Estados Unidos. A sus 30 años, Carlos Mendoza tiene una destreza innata para los números, una excelente agilidad para movilizar la producción en serie, y es un excelente imán para atraer mujeres, se rumorea que está comprometido con una elegante señorita, hija de uno de los socios mayoritarios de la empresa: Anne Smith. Pero detrás de un hombre exitoso se encuentra un pasado lleno de torturas, detrás de su cuerpo y su mirada egocéntrica, existe una daga que destroza su corazón. Oculto en su voz; tenor y ruiseñor se posiciona una barrera, detrás de sus labios finos y ásperos, es la belleza que lo inunda y atraviesa la más profunda nota, él es inquebrantable. Por otro lado, María Elena, es simple, libre, fugaz pero determinada, su objetivo principal es terminar sus estudios, ayudar a su madre y a su hermana, mientras enfrentan el duelo por la muerte de su padre, además que su familia les dio la espalda por unas cuántas monedas. Pero ella está dispuesta a triunfar en un mundo donde debes empezar desde cero, sin dinero, pero con talento. ¿Es suficiente?, no lo sabe pero encontrará la respuesta. Cuando sus mundos choquen crearán una colisión insaciable de deseo, pasión... Y, lujuria. Convirtiéndose así, en la amante del jefe.
Una mujer debe ser decidida, audaz y soñadora.
Debe saber lo que quiere, ella lo sabía muy bien.
Es por eso, que, desde que vio aquella oferta de trabajo no tardó en presentarse al siguiente día con su hoja de vida, dipuesta a quedarse en esa empresa. El puesto era simple, calendarizar órdenes de los clientes, programar citas y enlistar a detalle que la planta de producción estableciera las normas de calidad. Pan comido, pensó.
Y lo logró, en cuestión de una semana se encontraba volando por cada esquina de la empresa, ya no tenía espacio para escribir más en su agenda, parecía que la capacidad de trabajo la superaba, pero la presión no era comparable con los que producían, los operarios, eran mujeres de treinta a cincuenta años, algunas jóvenes de su edad, - veintitrés años - y algunos hombres que sufrían las consecuencias de una producción que superaba incluso su capacidad física.
Trataba de ayudarlos pero no podía hacer mucho, el jefe demandaba mucho. Sí, el mismo que se paseaba por las plantas con aires de grandeza, que no miraba a nadie, su cabeza siempre en alto, su aura emanaba poder y frialdad. Solía salir dos veces al día, les gritaba a los supervisores de cada línea, subjefes y encargados, para luego irse a oficina de gerencia, extrañamente, ¡funcionaba!, su trato despectivo hacía ellos traía resultados favorables para los números de empresa.
Era guapísimo, pensó ella, pero un total idiota si de modales hablamos.
No era la única que lo notaba, todas suspiraban por él.
Hasta ella estuvo a punto de hacerlo pero, María tenía una lista de cosas que no permitía de las personas, una de esas era que nadie debía gritarle, no importaba la situación no lo permitía de nadie de lo contrario conocerían a la pequeña fiera que vive en ella.
Aquel lunes en específico la oficina era un caos, para sumarle a sus desgracias olvidó imprimir los reportes de producción en la casa, ¡y la impresora no servía!
- El jefe quiere verte en la oficina.
Listo, estoy en problemas, pensó. Era la primera vez que olvidaba algo, a paso firme se dirigió a la oficina , sintiendo un poco de temor tocó la puerta y entró.
Ahí estaba él, un traje negro, cabello negro perfectamente arreglado, ojos verdes con forma ovalada, cejas espesas, labios carnudos, su rostro era perfilado, nariz delgada, su tez morena y manos grandes que sostenían unos papales con suma atención. El hombre era un manjar completo, no pudo evitar imaginar estar entre sus brazos, envuelta en sus manos fuertes y grandes, sacudió su cabeza, pero nunca había visto a su jefe tan cerca como para querer lanzarse sobre él de esa forma, trago grueso, su respiración se agitó un poco. ¡Basta!, debía controlar sus pensamientos, solo era un hombre, uno sumamente exquisito.
El hombre levantó la mirada, esa capaz de desnudarte en un instante. La comisura de sus labios se alzó en lo que parecía, ¿una sonrisa?
- Señorita, María - hizo una pausa - ¿dónde están los reportes de esta semana?, no me gusta la gente incompetente. Su desempeño no ha sido malo, pero, necesito los reportes.
Por unos instantes se limitó a pensar cuál debía ser su respuesta correcta. ¿Incompetente?, no estaba de acuerdo, cualquiera puede tener un percance hasta él.
- Me disculpo por los inconvenientes, no hubiese sucecido de no ser porque la impresora no funciona. No creo ser menos apta por eso, a todos puede pasarnos...
- No a todos - afirmó serio - si algo falla en en una organización, lo más mínimo, nada puede estar bien, que sea la última vez.
Se mordió la lengua para evitar decirle un par de cositas, no le había gritado y necesitaba el trabajo, el dinero, así que asintió. Salió de la oficina, para dirigirse a la impresora, no estaría tranquila hasta llevar esos reportes.
Al contrario de María que estaba luchando por reparar la impresora se encontraba, Carlos, un poco intrigado, había vista a la chica un par de veces, joven, inteligente, y se notaba que tenía un espíritu libre. Era atractiva, un poco pequeña, su cuerpo se veía robusto, con una silueta llamativa, su rostro ovalado no tenía ni una pizca de maquillaje, sus ojos negros, grandes y redondos, labios carnudos, y un cabello que, a kilómetros gritaba que estaba maltratado. Y su ropa un poco desalineada para su puesto. Pero esa no era su tarea criticar a sus empleados, pero esa muchachita tenía algo atractivo en el desorden que mostraba su personalidad.
Su tipo de mujer ideal era delicada y aprensiva, como su prometida Anne, le encantaba el olor de su cabello, sus ojos azules, silueta esculpida, estaba loco por esa mujer. La conoció hace dos años atrás, mientras viajaba a Nueva York para conocer a un nuevo cliente potencial, la NFL. En una cena de negocios conoció a Roger, un señor de sesenta años, acompañado de su hermosa hija, ambos hicieron click en ese instante, a menos eso asegura él.
El trato fue exitoso y de esa noche, empezó una amistad que los trae a la actualidad. Sentía que adoraba a esa mujer, pero eso no apartaba su naturaleza, era un hombre, si conocía a una mujer que llamaba su atención y estaba dipuesta a compartir una noche con él, ¿quién era él para negarse?, con gusto haría el sacrificio.
Y esa pequeña le causó intriga.
- ¿La reparaste? - preguntó con entusiasmo.
- Creo que sí, Walter. Cruza los dedos.
Walter cerró los ojos con esperanza, el chico era del área de bodega, se encargaba de repartir los accesorios que las supervisoras necesitaban, hilos, agujas y transfer. Ambos habían empatizado y compartían la hora del almuerzo, María miró con nervíos la computadora y apretó: imprimir. Los dos se miraron rápidamente para prestarle a la máquina que comenzó a hacer un ruido.
¡Bingo!, estaba imprimiedo.
-¡Lo lograste! - comentó animado.
Ella infló el pecho orgullosa y soltó el aire. - Le dejaré esto al guapo pero inconsciente del jefe.
Salió disparada dejando a Walter riendo por decirle: guapo pero maltratador al jefe.
Tocó la puerta a la vez que giraba la perilla para entrar, en la misma posición ahí estaba él, serio, pero totalmente encantador.
- Logré reparar la impresora - dio un paso - lamento la tardanza, acá están los reportes de las líneas de producción de la semana inicial de módulos, 6, 9 y 12 - le tendió los reportes.
Los tomó rozando su mano, un leve contacto, minísculo, pero suficiente para sentir una corriente eléctrica en su mano. Alejó su mano rápidamente y le miró con atención.
Él tomó los reportes y los examinó, su rostro era hermoso, demasiado para su gusto, pensó María, emanaba poder y seguridad.
Este alzó su mirada para ver directamente su rostro, no era tan linda, pero se miraba sincera, además podía notar que se ponía nerviosa con su presencia, curiosamente eso le hizo sentir poder.
- Ok - se levantó de su asiento, rodeó su escritorio y dio tres pasos para quedar a la misma distancia que María, quien frente a su 1.80 era pequeña, quizás medía 1.50. Giró un poco para hacerla retroceder, agachándose un poco para quedar frente a ella y mirarla directamente.
Su aliento rozaba su rostro, su respiración se cortó, se sentía pequeña frente a ese hombre.
Este le sonrió abiertamente y su corazón latió como loca, jamás había visto una sonrisa tan hermosa. - La acompaño a la salida, María, tengo una reunión urgente la cual debo atender con sumo detalle.
Por un momento se sintió en un libro de romance erótico, creyó que este la besaría, pero no. Su jefe se alejó y la invitó a salir de su oficina, se sintió tonta, le dio una última mirada a su jefe tratando de descifrar el brillo en su mirada, ¿divertido?, no lo sabía.
Salió de la oficina, sintiendo su cara caliente, su jefe era un idiota de eso estaba segura.
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