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Hay una tradición que muy pocos conocen. Una tradición, una costumbre o como muchos les dicen: un mito que va de generación en generación. En este se habla de que un ser proveniente de la naturaleza, el cual cuyo poder es tener a la naturaleza misma en buen cuidado y bajo control, nacerá cada veinte años y se enamorara de aquel que posee la magia del reborn. La magia del reborn es aquella que te da el poder de traer al mundo al próximo ser de la naturaleza. La tradición ha perdurado hasta el día de hoy, pero... todo toma un rumbo diferente cuando el ser de la naturaleza de esta generación es cegado por la venganza y escoge un camino distinto al que debería tomar.
-¿Qué estás haciendo ahí?
La repentina presencia y pregunta de la niña hacia el infante frente a ella fueron tan sorprendentes como sus profundos ojos verdes.
-¿No vas a responderme o debo llamar a mis padres? -amenazó cuando él no respondió. Ambos se miraron; ella con interrogantes y él, asustado, finalmente encontró su voz.
-¡No, por favor! -gritó en un murmullo ahogado.
-Entonces, tendrás que decirme cómo llegaste aquí -inquirió la niña, cruzando sus brazos de forma acusatoria.
-Te lo diré, lo prometo, pero por favor, ayúdame a salir primero.
Guardó silencio, comunicando su curiosidad con la mirada, mientras observaba detenidamente al niño atrapado entre los arbustos del patio.
Estaba debatiendo si ayudarlo a liberarse sería lo más inteligente.
-Necesito salir -balbuceó el niño con desespero, rompiendo el silencio opresivo que los envolvía.
-Quiero saber por qué estás aquí y cómo terminaste así -dictaminó la niña, frunciendo el ceño ante la falta de respuesta-. Si no vas a responderme, lo haremos de otra manera: te soltaré con la condición de que me des algo a cambio.
-...Algo a cambio.
-Sí.
-¿Qué quieres?
-Lo que tengas para ofrecer. Tomaré lo que quieras darme, sin preguntas.
Una ráfaga de viento hizo que la niña cerrara los ojos brevemente mientras sus cabellos ondeaban hacia adelante. Una vez que la brisa cesó, se colocó varios mechones detrás de la oreja y observó seriamente al niño.
-Entiendo -susurró el niño, inquieto, buscando algo para ofrecerle a la niña-, tengo... un secreto.
Una débil sonrisa apareció en el rostro de la niña.
-¿Lo bastante bueno para que amerite tu libertad?
-Puede que sí, pero debes prometerme que no le dirás a nadie.
-Yo soy muy buena guardando secretos -dijo la niña con una sonrisa.
-No lo creo... -replicó el niño con una mueca.
Los dos se quedaron mirándose en silencio hasta que la niña se encogió de hombros y habló.
-Bueno, no digas que no intenté ayudarte. Tendrás que pasar la noche aquí, o quizás tengas suerte y alguno de mis padres te encuentre -dijo, fingiendo pesar-. Aunque lo dudo, no suelen venir por aquí. Me iré ahora, no volveré hasta dentro de una semana. Fue un gusto conocerte. Buenas noches.
Dándole la espalda, la niña comenzó a caminar hacia la puerta que llevaba a la cocina.
-¡No, espera! -gritó el niño, deteniendo sus pasos.
-Te lo diré -la niña lo miró por encima del hombro-. Es en serio, lo haré. Lo prometo.
Asintiendo, la niña se dio la vuelta y se acercó al niño.
-Aquí estoy.
-Sí, sí -asintió el niño, nervioso-. Debes prometerme que guardarás el secreto pase lo que pase.
-Lo prometo.
El niño extendió una de sus manos, aún indeciso, como si estuviera ofreciéndosela
-¿Y qué?
Sin prestarle atención, el ojiverdes colocó su palma derecha apuntando al cielo. Junto suspiro, pequeñas hojas comenzaron a emerger, creando una minúscula y hermosa flor blanca de diez pétalos en su palma.
La niña sonrió asombrada al verlo.
-¿Cómo hiciste eso? ¿Fue algún truco o...?
-Te soltaré, definitivamente lo haré -dijo la niña emocionada-, pero con una condición.
-¿Condición? -preguntó el niño, confundido.
-Sí, condición -dijo, soltándolo y colocándose frente a él con las manos en las caderas-. Nada en esta vida es gratis, eso deberías saberlo.
-¿Qué quieres decir? Yo cumplí mi parte, ahora cumple la tuya.
Las mejillas de la niña se sonrojaron por la vergüenza.
-Yo solo quiero que vuelvas...
Unos segundos de silencio pasaron hasta que el niño habló.
-Volveré.
La niña saltó satisfecha ante su respuesta y sin perder tiempo, entró a su casa. Sigilosa, agarró unas tijeras de la cocina y regresó hacia él con el objeto de liberación en mano. Se acercó y comenzó a cortar las ramas sin preámbulos.
-Debes de hacerlo y enseñarme ese truco, de seguro a mis padres les encantará. Mi nombre es Emylie, pero puedes llamarme Emy. No todos pueden hacerlo, así que siéntete honrado -dijo la niña mientras cortaba.
El niño fruncía el ceño cada vez que Emylie partía las ramas. Aunque el dolor se sentía en sus muñecas, en un tono ronco y ahogado se obligó a decir:
-Amaru.
La última rama cayó al suelo y el niño fue liberado. Sus ojos se encontraron en ese instante y los labios del niño se abrieron de nuevo.
-Ese es mi nombre.
Tras eso, el niño le dio una última mirada antes de marcharse. La claridad del lugar fue reemplazada por una tenue oscuridad. Emylie lo vio partir y, al igual que él, no dijo nada, simplemente observó cómo se alejaba.
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