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Una bebida alcoholizada y una habitación equivocada será más que suficiente para cambiarle la vida a la retraída Anastasia, quien hasta el día del incidente solo era la chica de los recados.
Demasiadas personas conversando al mismo tiempo, la larga hilera de mesas que formaron para que todo el personal que asistió pudiera entrar y una pantalla de karaoke al fondo con dos de sus compañeros completamente borrachos cantando algo que ni siquiera entendía le resultaba incómodo de presenciar.
- Definitivamente debí haberme negado. - Anastasia se removió en su asiento, no encajaba en ningún lugar, era la única que estaba bebiendo jugo gracias a su nula capacidad para beber, el alcohol tenía un sabor desagradable para ella.
- Has estado todo el rato mirando tu vaso en completo silencio ¿Te sientes incómoda, Ana? - Una de sus compañeras de trabajo, probablemente la única que le dirigía la palabra, Rebecca, con su hermosa figura y rostro angelical tomaron asiento justo a su lado. Agradeció internamente por fin haber conseguido a alguien para conversar. - ¿Por qué no te unes a la fiesta con nosotros? Prueba un poco.
- No me gusta mucho beber... - Ana miró la copa de vino que su amiga le estaba extendiendo, quería negarse, resistió las ganas de hacerlo y la tomó, pensando en desecharla cuando no la estuvieran viendo.
- ¡Vamos, Ana! Solo es un trago, no es como si se acabara el mundo por eso. - Tal vez tenía razón, lo estaba pensando demasiado, nunca podría acercarse a sus compañeros de trabajo con una mentalidad cerrada. Bebió todo sin pensarlo dos veces, sintiéndose complacida al escuchar cómo los demás la alentaban a llegar hasta el fondo. - ¡Increíble! ¿Quieres más?
Negó con la cabeza, todavía estaba tratando de asimilar el calor que abrasó su garganta en cuanto pasó el primer trago. Gruñó por lo bajo como reacción al ardor que encendió esas emociones que creía ya no tenía.
Sintió las miradas de sorpresa por parte de los demás, es normal, la chica de las copias jamás había bebido en una reunión social.
- ¿Estás bien, Ana? Tú nunca bebes con nosotros - Escuchó que preguntó otra mujer, mayor que ella. - ¿Cómo te sientes?
- ¿Cómo se siente?
''Pues... Se siente...''
- ¡Esto se siente horrible! - Siguió lloriqueando en los hombros de Rebecca, a esas alturas ya muchos de sus compañeros se habían marchado. - ¡Está teniendo una aventura frente a mis narices, sé que lo está haciendo! ¡¿Por qué rayos no contestaría mis llamadas o mis mensajes si no es así?! ¡¿Es que se puede ser más imbécil?! ¿Eso quiere decir que ya terminó conmigo?
Rebecca palmeó su cabeza, mirando a los alrededores. Todos las estaban mirando, y no precisamente de una buena manera. - Ana, ¿Por qué no vas a descansar un rato?
- ¿Qué?
- Has bebido demasiado, necesitas ir a descansar. - Mencionó Rebecca, entregándole una credencial- Yo tengo una reservación en este hotel, puedes quedarte usando mi nombre... La habitación es la número... No necesitas llave, solo necesitas cerrar con seguro al entrar.
Ana asintió, estaba escuchando distorsionado debido a la música y el alcohol en su cabeza. - Sí, muchas gracias... Ya comenzaba a sentirme un poco mal de los nervios.
Se dio cuenta de lo borracha que estaba cuando se puso de pie y por un instante casi va a parar contra el suelo, trató de ignorar el ardor en sus mejillas y mover sus pies hacia la habitación.
- ¿Estás segura de que va a estar bien? ¿No sería mejor llevarla hasta la habitación? - Preguntó una mujer a los pocos minutos de que Anastasia se marchara del salón.
- ¿Estás loca? El señor Erick llegará en cualquier momento.
- Ya me extrañaba que hubieras venido tú también.
Rebecca simplemente sonrió. - No soy capaz de perderme de ver ese lindo rostro por nada del mundo.
* * *
¿Por qué a Anastasia se le hacía tan difícil caminar?
Estaba recargada de la pared, el mundo le daba vueltas y un bochornoso calor la llevó a desabotonarse parte de la camisa con el sudor corriendo por su frente. Cayó de rodillas al salir del ascensor, gateando con la poca fuerza que le quedaba en el cuerpo. Sentía como si iba a morir en cualquier minuto, su capacidad de raciocinio se nubló completamente y por un par de segundos quiso vomitar.
Sorpresivamente cuando encontró la habitación ya la puerta estaba abierta.
- llegas tarde. - Por alguna razón escuchó la voz de Félix a sus espaldas, su amado prometido, un poco más grave y pesada de lo que normalmente era, cerró la puerta tras de sí tal y como le habían ordenado.
Era una suite de lujo, cualquiera podría darse cuenta con solo verla aunque estuviese a oscuras, como era la situación. Anastasia se fue desprendiendo de sus ropas una por una hasta acercarse a la cama de su pareja, quien le estaba dando la espalda.
- ¿Qué haces aquí, Félix?
Y sus memorias llegan hasta ahí.
Lo único que recordaba fue el calor que abrazó su cuerpo durante toda la noche y la pocas gentileza que recibió como moneda de cambio.
Cuando abrió los ojos buscó a Félix, pero junto a ella no había nadie sobre la cama. Causó que se levantara de sobresalto, teniendo cuidado con el dolor de cabeza por hacer semejante gracia. Miró la iluminada habitación con desdén, su propio cuerpo estaba cubierto de moretones y mordidas sobre destendidas sábanas. - ¿F-Félix?
Vaciló al llamarlo, nadie contestó.
- Oh, vaya. Veo que ya despertaste. - Anastasia entró en pánico cuando aquel hombre salió de la ducha, apenas envuelto de la cadera por una toalla. - ¿Dormiste bien?
- ¿Q-quién es usted? ¿Qué hace en mi habitación? ¿Dónde está mi novio? ¿Por qué estás desnudo?
Él alzó una ceja, como siquiera comenzar a reírse. - ¿De qué hablas? Fuiste tú la que se coló a mi habitación anoche ¿Ya vas a explicarme quién eres?.
- No puede ser..., ¿Una equivocación? - Anastasia tembló en el lugar, si él estaba desnudo y ella también eso quería decir una sola cosa: - ¿Qué número de habitación es esta? Seguro te has equivocado, esta es la 216.
- ¿De qué hablas? Estamos en la suite imperial 236, la 216 es en el piso de abajo.
Anastasia se quedó helada.
¿Cómo había terminado subiendo un piso demás?
Pero ese no era el único detalle, se vio en la obligación de detenerse al percatarse de otro detalle: El cuerpo mordisqueado de aquel hombre desconocido. - T-tú y yo no... ¡No! ¿Verdad?
- ¿Hablas de tener sexo? - Su rostro no mostró impresión. - Yo solo hice lo que me pediste, no trates de culparme ahora - Se mostró sorprendido de repente, ella jamás se esperó que con su gran mano la tomara del cuello. - ¿Acaso te mandó mi padre? ¡¿Es eso?!
El quejido de Anastasia se vio ahogado al igual que su súplica porque la dejase respirar, trató de soltar la mano sobre su cuello pero la fuerza de aquel hombre era increíble. - Ugh... Nno. - Tosió cuando él la soltó, arrojándola a la cama de manera brusca.
Su rostro mostró una expresión furiosa, como si estuviese a punto de golpearla, y nada le garantizaba que no lo iba a hacer. - Recoge tu ropa y piérdete de mi vista.
Por alguna razón Anastasia sintió escalofríos al escuchar aquello. No hiso falta que se lo pidiera dos veces, estaba temblando y aun así continuó vistiéndose conforme se dirigía hacia la salida igual que un cordero asustado. Todavía podía sentir la presión de aquellos enormes dedos en la garganta, bloqueando su respiración.
Y su mundo estaba a punto de desmoronarse cuando confirmó lo que más temía:
236 escrito en la puerta.
Quien se había equivocado de habitación realmente fue ella.
Se permitió llorar en el rincón del ascensor por tan aterradora experiencia, y rogaba internamente no tener que volver a ver a aquel hombre terrorífico jamás.
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