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Toda la vida le han dicho a Kiara que el bosque es peligroso, sin embargo, eso no evita que ella se sienta atraída por sus misteriosos terrenos, como si de un instinto básico se tratara, cosa que ha mortificado a sus padres de manera exagerada. Y, es que por ahí va la cosa, pues nuestra protagonista guarda un secreto más grande que su amor por el bosque y que incluso ella desconoce. Pero que segundo a segundo, se acerca el momento de desvelar. Atrapada en una relación abusiva, Kiara se siente cada vez más desesperada y asustada. Cuando una noche, después de una pelea con su pareja, ella corre al bosque y todo cambia con la llegada de Altair, un joven misterioso de ojos grises. Con quien sin darse cuenta hace un vínculo, en el momento que se cruzan sus miradas por primera vez. Resulta que Altair pertenece a otro mundo, y no es un humano como aparenta, realmente es un lobo alfa y un príncipe, que ha venido al mundo humano para cumplir una misión. Inmediatamente tanto Kiara como Altair se sienten atraídos por el otro, sin embargo, las cosa no son tan fáciles. Sobre todo cuando la misión de Altair es el último empujón para que el secreto detrás de Kiara salga a la luz.
Recuerdos, son algunos tan hermosos y otros tan dolorosos. Que dejan indudablemente un sentimiento en tu pecho cada que los llegas a rememorar y es algo que con el tiempo se convierte en una adicción.
"- Abuela...- Susurró la voz de una pequeña. - Oye abuelita, ¿Por qué a mi madre no le gusta el bosque? - Preguntó suavemente, una niña de unos 8 años, grandes ojos verdes y cabello castaño hasta la barbilla, que era adornado por un simpático lazo rojo como la sangre. - El bosque es un lugar hermoso, es verde y huele bien.
La mujer, que hasta el momento que la voz infantil llamó su atención, se encontraba disfrutando del aire de la mañana pensando en cuál sería el menú del día, volteo con expresión pensativa.
- Mi niña, a tu madre le gusta el bosque, más no le gusta lo que hay dentro, aunque eso lo entenderás mejor cuando seas mayor.- Respondía suavemente una mujer entre los sesenta y setenta años. - Recuerda lo que siempre te he dicho, hay más de lo que nuestros ojos ven.
- Está bien abuelita. - Murmuró suavemente la infante antes de sonreír, mostrando los huecos entre sus dientes, típico del cambio de dentadura, típico de esa tierna edad.
-Ahora, ¿Vamos por unas fresas para mi pequeña niña? - Ofreció la mujer sonriendo también mientras acariciaba las hebras chocolates de su primogénita."
Los recuerdos son parte importante de la vida, pues son un bálsamo para el alma, sobre todo, cuando sabemos que nos acercamos al final del camino y debemos despedirnos de todo lo que hemos amado a lo largo de nuestras existencias efímeras en el mundo.
~...~
En la oscuridad que daba una noche sin luna, el tiempo parece detenerse, sentados uno al lado del otro en el porche de una cabaña rústica, con la madera curada en negro, de amplios ventanales, que nos muestra las mejoras que se hicieron con el paso de los años. Se hallaban un hombre de aparentes treinta años, y una mujer mayor, de unos ochenta años aproximadamente, se encontraban en silencio, más no uno incómodo, sino uno cargado de muchas palabras que no sabían cómo expresarse.
La tenue luz de la lámpara exterior apenas iluminaba el lugar, entre ellos había un par de tazas humeantes, el aroma a té verde con fresas llenaba el ambiente. El hombre permaneció con los ojos cerrados, disfrutando el típico aroma que siempre tenía aquella casa.
Fresas y hierbabuena.
- ¿Estás segura? -
Aquella pregunta salió de los labios masculinos como un ligero suspiro que se llevó el viento; aun así, llegó a los odios de su receptor, la cual lentamente meneo la cabeza un poco pensativa, antes de aclararse la garganta y responder.
- Sí, nunca he estado tan segura como ahora. -
La voz ronca de la mujer interrumpió la calma de la noche, haciendo que el hombre a su lado se volteara, fijando su mirada en la anciana a su lado, soltando un suave suspiro, en el cual se liberaban una gran cantidad de sentimientos. En los cuales destacaba la duda, el dolor y el arrepentimiento.
- La vida humana no es tan larga, al menos como tanto me gustaría ... O quizás como tanto creo que necesitó y en definitiva no estoy lista para irme. Antes que digas algo... Sé que tengo poco tiempo creo, sinceramente supongo que es una buena opción, sobre todo para así poder seguir cuidando de mi pequeña fresa.-
Comentó la mujer agarrando una de las tazas, la cual tenía un color rojo, brillante y vivaz, lanzando una mirada de soslayo a su contrario. El hombre solamente pudo menear la cabeza antes de cruzarse de brazos, aun sin despegar la mirada de la anciana a su lado.
- Te preocupas demasiado por ellos, pero está bien. Te ayudaré, es una promesa. -
Con una sonrisa, la mujer solo sacudió una mano a modo de respuesta, previo a liberar una suave risa. Manteniendo su mirada fija en dirección hacia el bosque o al menos lo que se alcanzaba a ver con la escasa luz que daba el farol.
- Gracias... Bueno, eso es ser parte del mismo clan, tú mejor que nadie sabes eso ¿no? -
Murmuró la anciana dejando nuevamente la taza a un lado, levantándose con lentitud y estirándose en el acto con expresión cansada en su rostro, sin decir una sola palabra, empezó a caminar hacia el borde del bosque.
- Querido... Mi querido idiota, la vida es tan larga para ustedes que no se dan cuenta, ser tan longevo para muchos sería una ventaja, aunque es algo cruel poniéndolo en perspectiva, mientras la simple vida humana es solo un suspiro. Pero para nosotros, no somos nada ante la inmensidad del mundo y la naturaleza. Nuestra existencia se puede apagar en un minuto y a pesar de eso, siento pena por tu raza... Vivir tanto y ver morir a quienes amas, porque nada les asegura que solo amaran a seres como ustedes; debe ser tan triste...-
Agregó la mujer rozando con la punta de sus dedos las hojas de los arbustos que estaban a su alcance. Poco después el hombre la imito, suspirando nuevamente, ya había perdido la cuenta de las veces que había suspirado solo esa noche.
- Han pasado casi cincuenta años y no cambias... Sigues siendo la misma mujer cruel... -
Respondió con un hilo de voz, bajo y suave, el hombre. A pesar de sus palabras, sonreía ligeramente, como una broma vieja entre conocidos. Con un ligero paso el hombre rodeo a la mujer por los hombros permitiendo que la anciana se apoyara.
~ 18 meses después. ~
Las despedidas llegan sin previo aviso, a veces son satisfactorias, otras molesta y en otros casos causan un dolor tan profundo que sientes que te parten el alma. Pero son parte de la vida del ciclo que esta cumple para todos los seres vivos.
La lluvia caía a caudales, causando así que la oscuridad fuera más profunda, silenciando así los sonidos de la naturaleza. Ahogando también el llanto de una joven mujer que se aferraba a una manta color roja, sentada en el porche de la única cabaña que había en la zona. No importaba que la lluvia la empapara y se colara el frío hasta dentro de sus huesos.
Dentro del denso follaje del bosque, un par de ojos cobré observaban la cabaña fijamente, vigilando a la jovencita desde la distancia, a pesar de que su corazón le gritaba que fuera hasta ella, no podía. Las órdenes eran claras y no podía cruzar el límite impuesto.
«Una promesa es una promesa, espero que no te estés arrepintiendo de esto.» Pensó el misterioso ser, cerrando los ojos para dar un paso hacia atrás, volviendo por donde mismo había venido.
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