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Ayelen Valencia, una chica de 16 años, se ve obligada a cambiar de instituto a mitad del tercer semestre debido a que su padre consigue un nuevo trabajo. Una semana antes de que comiencen las clases en su nuevo colegio, Ayelen conoce a un chico de tez blanca, cabello rubio y unos ojos encantadoramente verdes. De inmediato, siente una profunda atracción hacia él, pero hay un problema: el chico resulta ser su profesor de matemáticas. ¿Podrá el amor superar los prejuicios y las barreras que se interponen en su camino?
Narra Ayelen
Me llamo Ayelen Valencia, una chicuela de 16 años nacida y criada en California. Sin embargo, el trabajo de mi padre nos ha llevado a cambiar de aires y ahora nos encontramos en la vibrante ciudad de Nueva York. Estoy a punto de iniciar una nueva etapa en un nuevo instituto.
En una semana, las vacaciones de invierno terminarán y comenzarán las clases en mi nuevo instituto, el New York High. Sería una mentirosa si dijera que no estoy nerviosa. Al mudarme, dejé atrás a todas mis amigas y ahora me enfrento a la tarea de empezar de cero. Solo espero que mis nuevos compañeros sean amigables. No me hago ilusiones de hacer amigas desde el primer día, me tomó mucho esfuerzo hacerlo en mi antiguo instituto. Cambiar de instituto a mitad del tercer semestre suena loco, pero estoy decidida a que sea un buen comienzo.
A las 6 am, el estridente sonido de la alarma me sacó de mis sueños. Me levanté con poca gana y comencé mi rutina diaria: primero hice mi cama, luego me metí a la ducha, me cepillé los dientes y finalmente, limpié mi habitación.
Una vez que terminé con mis tareas matutinas, bajé a desayunar. Mi padre ya estaba en la cocina, dando los toques finales al desayuno.
- Buenos días, papá - Saludé, depositando un beso en su mejilla.
- Buenos días, cariño - Respondió él con una sonrisa.
Desayunamos panqueques, un pequeño consuelo para el nerviosismo que sentía.
- Hija, tengo que irme a trabajar... Si te apetece, podrías salir a conocer la ciudad. Pero, por favor, no olvides activar el GPS - Dijo papá, mirándome con preocupación.
- Sí, papá... gracias - Respondí, mi voz teñida de tristeza.
- ¿Por qué ese semblante tan triste, hija? - Preguntó, su mirada llena de preocupación.
- ¿En serio necesitas preguntar, papá? Nos mudamos a una ciudad completamente nueva. Dejé mi hogar, mis amigas... - Mi voz se quebró al final.
- Tus amigas seguirán siendo tus amigas. La tecnología os permitirá seguir en contacto... Y además, tendrás la oportunidad de hacer nuevas amigas aquí - Intentó consolarme.
No quería seguir hablando del tema, así que me quedé callada. Terminamos de desayunar en silencio y papá se despidió con un beso en la mejilla.
- Que tengas un buen día, cariño.
- Gracias, papá. Que te vaya bien en el trabajo.
Después de que papá salió, regresé a mi habitación. Tomé mi bolso, mi móvil y una chaqueta, ya que hacía bastante frío, y decidí salir a explorar mi nueva ciudad.
Narra Tomás
Soy Tomás Paniagua, un hombre de 25 años, nacido y educado en la soleada California, pero recientemente he encontrado un empleo en la vibrante ciudad de Nueva York.
No tengo ninguna queja, Nueva York es una ciudad impresionante, y mi trabajo es más que satisfactorio. No podría estar más contento.
En cuanto a mi vida amorosa... bueno, mi prometida me dejó hace un mes. Sin explicaciones, un día simplemente se fue y no volvió.
A las 6 a.m., como es mi costumbre, ya estaba despierto. Primero arreglé mi cama, luego me metí a la ducha, me cepillé los dientes y finalmente, puse en orden mi habitación.
Una vez que terminé con mis tareas matutinas, bajé a preparar mi desayuno. En 15 minutos, ya había terminado y me dispuse a disfrutarlo.
Después de desayunar, decidí salir a dar una vuelta. Después de todo, estaba de vacaciones en el trabajo y tenía tiempo libre. Regresé a mi habitación, tomé mi celular, las llaves de mi auto y una chaqueta, ya que hacía bastante frío, y salí de mi apartamento.
Narra Ayelen
Caminaba absorta en mis pensamientos, tan sumergida que crucé la calle sin percatarme de que el semáforo estaba en rojo. De repente, voces alarmadas a mi alrededor gritaban "¡Cuidado!". Levanté la vista, solo para ser cegada por una luz deslumbrante que me encandiló.
El shock me dejó paralizada, incapaz de reaccionar. A continuación, recuerdo sentir cómo mis piernas flaqueaban y todo se volvía oscuro; pero justo antes de desmayarme, alcancé a ver un rostro que parecía descendido del cielo. Un chico de piel pálida, cabello rubio y unos ojos verde esmeralda que parecían tener un encanto sobrenatural.
Narra Tomás
Estaba manejando cuando, de repente, una chica se cruzó frente a mi auto sin mirar. Mi primera reacción fue tocar el claxon, pero escuché que muchas personas a mi alrededor le gritaban "¡Cuidado!". Vi cómo levantaba la mirada, pero no se movía. Para evitar una tragedia, frené de golpe, quedando el auto a escasos centímetros de ella. Cuando bajé del auto, vi que se había desmayado, así que me acerqué para verificar si estaba bien.
Decidí llamar a la ambulancia. Mientras esperaba, la observé detenidamente. Era hermosa, con una piel blanca como la nieve, cabello rubio y unos ojos que aún no sabía por qué los tenía cerrados.
- Señorita, por favor despierte... ¿Se encuentra bien? - Le pregunté mientras ella estaba inconsciente.
La ambulancia tardaba en llegar y, de repente, vi que empezaba a abrir los ojos. ¡Dios mío! Tenía unos ojos celestes encantadores.
Narra Ayelen
Abrí mis ojos lentamente, sin saber qué había sucedido. Frente a mí estaba el chico que había visto antes de desmayarme, y esta vez pude mirarlo bien. Era muy atractivo.
- ¿Estás bien? - Me preguntó.
- ¿Qué me pasó? - Le pregunté.
- Te cruzaste la calle sin mirar, con el semáforo en rojo. ¿Te acuerdas? Casi te llevo por delante con mi auto, así que frené a tiempo. ¿Estás bien? - Volvió a preguntar.
- Sí, estoy bien - Dije tratando de levantarme.
- No, no te levantes... la ambulancia está en camino.
- ¿Ambulancia?
- Sí, te desmayaste un buen rato... me preocupé y llamé a la ambulancia.
- No tenía por qué haberse molestado, estoy bien.
- No es molestia, es lo menos que podía hacer después de echarte el auto encima.
- Fue mi culpa... yo crucé sin mirar.
Por un momento, me perdí en su mirada. Luego, llegó la ambulancia.
- ¿Cómo se siente, señorita? - Dijo el paramédico.
- Estoy bien - Dije tratando de levantarme.
- No, no se levante, señorita... le haremos un chequeo.
Después, vi a otro paramédico venir con una camilla. Me subieron a ella y me llevaron a la ambulancia. El chico desconocido venía junto a mí y me dijo:
- No te preocupes, todo va a estar bien.
Antes de que la ambulancia cerrara las puertas, vi que él subió a su auto.
Narra Tomás
Me encontraba en el hospital, aguardando ansiosamente a que el doctor apareciera para preguntarle sobre el estado de la chica de los ojos luminosos. Finalmente, lo vi salir.
- Doctor, ¿cómo está la chica? - Pregunté, intentando mantener la calma.
- Se encuentra bien. El auto no llegó a tocarla y el desmayo fue producto del shock - Explicó el doctor.
- Qué alivio... ¿Puedo verla?
- Adelante, puede pasar - Me permitió el doctor con un gesto amable.
Narra Ayelen
Estaba en la habitación del hospital, sumida en mis pensamientos sobre el apuesto desconocido de los ojos brillantes, cuando lo vi entrar.
- ¿Cómo te sientes? - Preguntó con dulzura.
- Bien, gracias por preocuparse por mí.
- No fue nada... ¿Cómo te llamas, chica misteriosa?
- Ayelen, me llamo Ayelen Valencia - Respondí, extendiendo mi mano. - ¿Y tú?
- Tomás, mi nombre es Tomás Paniagua - Dijo, tomando mi mano.
Por un momento, nuestras miradas se encontraron, hasta que el doctor entró en la habitación.
- Bueno, señorita, acabo de firmar su alta. Puede irse cuando quiera, pero por favor, tenga cuidado y no te altere mucho.
- Qué bueno... muchas gracias, doctor - Dije, levantándome.
- ¿Quieres que te lleve a tu casa? - Ofreció Tomás con un tono amable.
Por un momento, no supe qué decir. Por un lado, era un desconocido, pero por el otro, quería seguir hablando con él. Finalmente, asentí.
- Sí, está bien... gracias.
Tomás me acompañó hasta su auto y, como todo un caballero, me abrió la puerta del copiloto. Luego se subió al asiento del conductor y nos pusimos en marcha.
- Entonces, ¿eres yanqui? - Preguntó mientras manejaba.
- ¿Qué soy qué?
- Quise decir si eres de aquí, de Nueva York - Dijo, riendo.
Dios mío, tenía una sonrisa hermosa.
- No, soy de California, pero mi padre consiguió un ascenso en su trabajo y nos mudamos aquí. ¿Y tú eres de aquí?
- Ah... qué interesante. Yo también soy de California y me mudé aquí.
- En serio, vaya coincidencia. ¿Y por qué se mudó? - Dije, sonriendo.
- Por trabajo, naturalmente... me ofrecieron un empleo aquí... No me trates de usted, puedes llamarme por mi nombre.
- ¿Lo puedo llamar Tomi?
- Suena como si estuvieras llamando a un niño - Dijo, riendo.
- Entonces te llamaré Pan.
- ¿Pan?
- Sí, por "pan y agua, Tomas" - Dije, riendo.
Vi cómo mi comentario le causó gracia.
- Está bien... siempre y cuando no me comas - Dijo, riendo.
- Ni que tuvieras chocolate - Dije, riendo.
- ¿Te gustaría ir por un café? - preguntó Tomás con amabilidad.
- No quisiera molestar - respondí.
- No es molestia, yo te invito - insistió.
- Me encantaría - dije sonriendo - Gracias por invitarme.
Tomás sonrió y continuó conduciendo hasta llegar a un café llamado "Esencia de Café". Nos bajamos del auto y entramos al café, sentándonos en una mesa cerca de una ventana con vista a la hermosa ciudad.
- ¿Te gustaría algo más aparte de café? - preguntó Tomás.
- No lo sé, no quisiera molestarte... Pan - dije sonriendo por el apodo que le había dado.
Tomás sonrió y dijo:
- Aún no me acostumbro a que me llames así.
- Si quieres puedo llamarte por tu nombre - ofrecí.
- No, es lindo... me acostumbraré - dijo riendo.
- Si quieres puedes inventar un apodo para mí, así estaremos parejos" - sugerí sonriendo.
- No es mala idea... te diré cuando se me ocurra algo. Entonces, ¿vas a querer algo más aparte de café? - preguntó Tomás.
- Me gustaría un café con leche y una tostada de mermelada - dije.
En ese momento, un camarero se acercó a nuestra mesa.
- Buenas tardes, ¿en qué les puedo servir? - preguntó tomando una libreta.
- Buenas tardes, queremos dos cafés con leche y... - comenzó a decir Tomás.
- Algunas tostadas de mermelada... - lo interrumpí - Con mucha mermelada, por favor - dije con una sonrisa.
El camarero se fue a preparar nuestro pedido y Tomás me preguntó riendo:
- ¿Entonces, Chica Mermelada?.
- Me gusta - dije sonriendo - Me gusta la mermelada, sobre todo con 'Pan' - agregué tomando su mano.
Nuestras miradas se conectaron, pero el camarero nos interrumpió al llegar con nuestro pedido.
- ¿Dos cafés con leche y tostadas de mermelada? - preguntó dejando el pedido.
- Sí, gracias - dijo Tomás.
El camarero se retiró y nosotros continuamos conversando. Hablamos de muchos temas interesantes como música, libros y arte. Tomas pagó la cuenta y salimos del café. Caminamos hacia un centro comercial y él me compró un helado. Mientras caminábamos, seguimos hablando y descubrimos que teníamos mucho en común. De repente, vimos una cabina de fotos.
- Ayelen, ¿Te gustaría entrar ahí? - Dijo señalando la cabina.
- Me encantaría. - Respondí con entusiasmo.
Entramos a la cabina y empezamos a hacer caras graciosas. Pero en un momento, nuestras miradas se conectaron y sentí que el mundo desaparecía a mi alrededor. Aparté la mirada por un momento, pero luego noté que él seguía mirándome y volví a conectar mi mirada con la suya. Él se acercó lentamente a mí y, cuando menos lo esperaba, estábamos besándonos. Fue un beso único, mágico y loco. A pesar de que apenas lo conocía, no quería dejar de besarlo. Continuamos besándonos mientras la cámara capturaba el momento.
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No fue mi elección nacer hija de la mafia, pero elegí ser la esposa de la mafia. Después de la muerte de mi padre, mi abuelo era demasiado viejo y vulnerable para defender a nuestra familia de los enemigos de mi padre. Y la única forma de asegurar nuestra supervivencia era que yo me casara con el jefe del poderoso clan Mellone. Mi dote es un pedazo de tierra codiciado por el mismísimo jefe del clan. Yo, Giulia, odio a mi novio. Ya lo he dicho. Lo odio con una pasión feroz, que hace arder mi cuerpo Detesto todo lo que tiene que ver con él: su insufrible arrogancia, su sonrisa burlona, sus peligrosos ojos grises metalizados y su corazón corrupto y vicioso. La forma en que todos se someten patéticamente a cada una de sus palabras y se apresuran a servirlo como si fuera una especie de dios me irrita muchísimo. Pero lo que es peor, odio la vergonzosa forma en que mi cuerpo responde al suyo. Tiemblo por él. La intensidad de mi deseo puro me sorprende y me repugna. ¿Cómo puedo desearlo tan desesperadamente si lo odio tanto? Es como si fuera el mismísimo diablo y me hubiera hechizado.