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"Su hermana se escapó de la boda, ella no tuvo más remedio que casarse con su cuñado. Él la torturó para desahogar su ira y sentirse mejor. Había tratado de liberarla, pero descubrió que no podía vivir sin ella. Ambos estaban sufriendo por ese amor, pero ninguno quería deshacerse de él. "Te encarcelaré en mi corazón, así es cómo muestro mi amor""
En el interior de un hotel lujoso en plena ciudad de Nueva York
Una señorita miraba sonriente a un hombre que se encontraba recostado sobre una cama.
'¿Cómo puede ser tan encantador?', pensó ella. La primera vez que lo vio se le hizo imposible controlar su deseo.
Finalmente, el hombre rompió el silencio con aquella atractiva voz: "Me voy a dormir, Mary".
A pesar de que escuchar su voz la tentaba aún más, él le estaba pidiendo que se fuera.
"¿Sí?", devolvió ella. La muchacha tenía rasgos orientales. Sin embargo, como había crecido en los Estados Unidos, su mentalidad y comportamiento era más bien occidental.
Tras ponerse de pie, se dirigió hacia él con paso lento. "Yo también tengo un poco de sueño", ronroneó, mirándolo con ojos seductores. De repente, se bajó las tiras de los hombros.
Bryan Li le echó un vistazo a la mujer que tenía sentada sobre su regazo. "No eres mi tipo, Mary", explicó.
El hombre frunció el ceño, a la par que apretaba los puños.
"Pero tú sí eres mi tipo", contradijo ella.
"Lo siento, pero no puedo darte lo que quieres". La ira se reflejaba en sus ojos mientras trataba de apartarla de él.
No obstante, la mujer se arrojó en los brazos del hombre, y se aferró con fuerza al cuello de este. "No quiero otra cosa que no seas tú", replicó ella.
"¿Qué te crees que soy?", cuestionó ya enfurecido.
"¡Creo que eres un hombre! ¿O no?".
Con la furia brotando por sus poros, Bryan la lanzó a la cama y espetó: "Voy a dejar pasar esto porque eres la hija de mi profesor. Pero te lo advierto por última vez, no pongas a prueba mi paciencia. No tengo intención alguna de tocarte".
Por otro lado, la muchacha no parecía estar enojada en lo absoluto. De hecho, tan pronto como se puso de pie, buscó la mano de Bryan y la guio hacia el cuello abierto de su prenda de vestir.
"¿Tan solo una noche, por favor?", pidió Mary en tono coqueto.
Tras apartar su mano, Bryan le propinó una bofetada.
"¿Cómo puede ser que mi profesor haya tenido una hija tan terrible como tú? ¡Vete!", bramó. Al parecer, como se había contenido por un largo rato, ahora tenía un semblante cruel. Incluso sus ojos estaban rojos.
A Mary ni se le había cruzado por la cabeza la posibilidad de recibir un golpe. Ante tal situación, tuvo que rendirse y abandonar la habitación.
En la enorme suite solo había quedado Bryan, que terminó por echarse en la cama.
"Hola... Ethel... Mary me drogó... Ven aquí ahora...".
Esa noche, Madeline Luo había bebido más de la cuenta. No solía beber alcohol, pero hoy era una ocasión especial.
Estaba a punto de regresar a su tierra natal.
Se había pasado los últimos cinco años estudiando y trabajando duro en los Estados Unidos. Había tenido muchísimos trabajos a tiempo parcial y había sufrido innumerables dificultades... Todo para poder vivir ese día.
Volvía a casa para encontrarse con el hombre que más amaba, Rory Fu, a quien había extrañado durante todo ese tiempo.
En ese momento, Madeline se encontraba en el hotel donde había trabajado ese último año, ya que sus colegas le habían organizado una fiesta de despedida.
"Ya me tengo que ir. Muchísimas gracias a todos. ¡Adiós! ¡Espero poder verlos de nuevo algún día!", exclamó.
Sus compañeros de trabajo la ayudaron a poder salir de la fiesta.
"El gerente quería recompensarte por tu arduo trabajo, así que reservó para ti una de las lujosas suites de los pisos superiores. ¡Que la disfrutes!", indicó una de sus compañeras.
El gesto le había provocado tal sorpresa, que en su rostro asomó una sonrisa radiante. Se le formaron dos adorables hoyuelos en las mejillas sonrosadas.
"He trabajado aquí durante un año atendiendo huéspedes importantísimos... ¿Está bien si me quedo hoy en una suite?", preguntó la muchacha.
"¡Por supuesto que sí! Aquí tienes la tarjeta de la habitación. Es la mil seiscientos diecinueve". Su compañera, que ya estaba borracha, agitaba la tarjeta frente a ella.
"Dale las gracias al gerente de mi parte, por favor. ¡Dios, estoy tan emocionada!", exclamó Madeline, agradecida.
Dos de sus compañeros de trabajo la ayudaron a llegar a la lujosa suite y, antes de que pudieran irse, les dio un beso y un abrazo a cada uno.
Una vez dentro de la habitación, optó por no encender la luz. Amaba la noche, en especial cuando podía mirar el panorama de la ciudad desde un piso tan alto. El brillante resplandor del denso tráfico de la calle la tenía hipnotizada.
No podía recordar la cantidad de noches que, sentada frente a la ventana, se había quedado mirando en dirección a su tierra natal. El tiempo sí que pasaba volando, y ya había estado en los Estados Unidos por media década. Sin embargo, por fin podía irse a casa.
El brillo de la luna alumbró una copa llena de vino tinto.
Como no quería decepcionar a sus compañeros, decidió que debía emborracharse completamente para celebrar y darle la bienvenida a su nueva vida.
Para ese entonces ya estaba ebria de pies a cabeza, pero no soltaba la copa ni dejaba de beber de ella.
Sentada sola frente a la ventana, miró el hermoso cielo nocturno con una sonrisa en la cara.
"¿Por qué se mueve el cielo? ¡Oh, no, todo el edificio se está moviendo!", chilló.
Apoyó su suave frente en la copa. La sonrisa que llevaba en su cara era la más radiante que había tenido en el tiempo que llevaba en los Estados Unidos.
"Por fin estoy ebria".
¡Finalmente se había atrevido a emborracharse!
Se dirigió al dormitorio y se acostó.
La feromona de una mujer se hizo paso hacia la nariz de Bryan. En él, el efecto del éxtasis ya estaba casi en su grado máximo. Tenía el rostro morado y la vista borrosa.
Tomó a la chica con suavidad entre sus brazos. Los cálidos labios le temblaban, buscando con ansias el otro par de labios que se escondían bajo la oscuridad de la noche. Finalmente consiguió besar aquellos labios suaves y húmedos que a ella le pertenecían.
En un principio, como Madeline aún estaba consciente, trató de resistirse. Sin embargo, unos momentos más tarde, su cuerpo se tornó flácido y terminó por rendirse ante el hombre. No obstante, ella no sabía si se trataba tan solo de un sueño húmedo.
Para este momento, la lujuria que corría por las venas de Bryan estaba en el punto más alto. La droga lo había hecho perder el control de su mente y ahora se asemejaba a una bestia salvaje en celo, que se deleitaba con la sensualidad de la mujer que reposaba bajo su cuerpo.
A la mañana siguiente, al despertar, Madeline sintió todo el cuerpo adolorido.
Sin embargo, lo siguiente que vio la dejó aturdida.
¡Había un hombre atractivo acostado a su lado! ¡Y ella estaba desnuda!
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