Cuando la puerta se cerró detrás de ella, supo que el infierno había comenzado.
Se escuchó el ruido del cerámica romperse y el grito contenido cuando la taza se quebró a sus pies, el café caliente le mojó los pantalones.
-Arrodíllate. -Escuchó, pero dudó-. ¡Que te arrodilles!
La joven tembló y su cuerpo respondió por sí mismo. El dolor le llegó en oleadas desde las rodillas y la sangre se derramó desde las heridas. Miró hacia abajo sin atreverse a decir nada cuando el sonido de los zapatos se aproximó hasta quedarse frente a ella.
Una mano la sostuvo por las mejillas y la obligó a mirar hacia arriba. Ojos oscuros y hermosos la miraron con una nota de locura.
-Escúchame bien...
De repente, abrió los ojos. Ya no pudo oír el resto, pero ella sabía lo que se había dicho después.
Erin se cubrió los ojos con la mano, miró al hombre que dormía a su lado y suspiró con alivio al darse cuenta de que no había pasado mucho tiempo. Ella no podía dormirse.
Se levantó de la cama, se acercó al espejo y observó que tanto la peluca como el antifaz estuvieran bien puestos, todo estaba en su lugar. Volvió a darse la vuelta y sonrió, este cliente era demasiado despreocupado, dormía como un bebé.
Se rio por lo bajo y luego abrió las ventanas, el sol había salido y su turno había terminado.