Luke y Katie eran inseparables en la infancia, pero un día, los padres de ella se enteraron de esta amistad y le prohibieron volver a verlo. Pero... ¿qué pasará ahora? ¿El destino los volverá a unir? ¿O nunca más volverán a reencontrarse?
Luke y Katie eran inseparables en la infancia, pero un día, los padres de ella se enteraron de esta amistad y le prohibieron volver a verlo. Pero... ¿qué pasará ahora? ¿El destino los volverá a unir? ¿O nunca más volverán a reencontrarse?
KATIE
En el parque hay un niño que está jugando sólo. No dudo en acercarme y presentarme:
-Hola, me llamo Katie. – Él me mira. Yo le sonrío pero él no me hace caso y vuelve a su juguete. – ¿Y tú cómo te llamas? – Pero él sigue sin responder, así que yo sigo insistiendo. – ¿Por qué no hablas? ¿Qué te pasa? ¿Puedo jugar contigo? – Sigue sin responderme, así que, al final, me rindo. – Vale, pues adiós. Yo sólo quería ser tu amiga.
Me doy la vuelta y empiezo a caminar cuando...
-Me llamo Luke. No me gusta mucho hablar y me da vergüenza.
-¿Por qué? – Quiero saber.
Luke se encoge de hombros.
-Nadie quiere hablar y jugar conmigo porque dicen que soy raro. Y todos los niños lo dicen – me explica.
-Oh... Qué malos son todos. ¿Quieres ser mi amigo?
-¿De verdad puedo ser tu amigo? – Al principio me quedo sorprendida por la pregunta, pero rápidamente le sonrío mientras asiento. – ¡Bien! ¡Por fin alguien quiere jugar conmigo y ser mi amigo!
Desde aquél día, Luke y yo somos inseparables.
Han pasado dos años desde que nos conocimos y quiero regalarle algo a Luke por ello. Así que le digo a mi padre que me deje ir a la joyería a pedir dos collares: uno para mí y uno para una amiga, por supuesto no le digo que es para Luke.
En la joyería le pido al joyero los dos collares y le digo cómo quiero que sean. El joyero acepta el encargo encantado y me dice que puedo volver a buscarlo dentro de 3 días.
Cuando pasan los días, volvemos a la joyería con Derek, que nos espera fuera. Entramos agarrados de la mano. El joyero sale a recibirnos y a entregarme lo que le pedí. Nos mira y sonríe.
-Con que... ¿ésta es la amiga para la que había que hacer el otro colgante? – me dice en tono burlón.
-No se lo digas a Padre, por favor – le pido con ojos de cachorrito.
-No le diré nada, lo prometo – me guiña el ojo y yo le sonrío.
Abro la caja que contiene los colgantes y los saco para verlos mejor. Son dos mitades de corazón de plata: en una mitad pone "LUKE" y en la otra "KATIE". Le doy a Luke su colgante, el que pone "KATIE".
-Sr. Fernsby, ¿nos los puede poner, por favor?
-Con mucho gusto.
-Gracias.
Después de ponernos los colgantes, juntamos las mitades y nos miramos a los ojos.
-Siempre juntos, pase lo que pase – decimos a coro.
Nos despedimos y nos marchamos tal y como habíamos entrado: agarrados de la mano. Nos vamos al parque que hay enfrente a jugar. Jugamos hasta que empieza a oscurecer, entonces, Derek, el chófer de mis padres, nos lleva a casa. Primero deja a Luke y después llegamos nosotros. Entramos y Madre es la primera en recibirnos.
-¿Cómo ha ido?
-Bien, nos hemos divertido mucho y lo hemos pasado muuuy, muy bien.
-Me alegro, cielo.
Madre parece alegrarse de verdad, así que no puedo dejar de sonreír. Miro a Derek, que me sonríe y me guiña el ojo.
-Derek mola – le digo a Madre.
Madre, de repente, se pone seria. Parece que el comentario la hace enfurecer, pero me dice:
-Cuida ese lenguaje, jovencita. Nosotros somos gente sofisticada y no usamos esas palabras.
-¿Qué palabras? ¿Mola?
-Sí, eso mismo. Puedes decir lo mismo diciendo que... es formidable.
Me quedo mirándola unos segundos con una expresión en la cara que significa "no sé lo que me estás diciendo pero voy a fingir que lo entiendo", hasta que por fin hablo.
-Vale... Pues Derek es formidable. Creo...
-Muy bien, cielo. Me alegro por ti. Ahora vete a cenar, ponerte el pijama y a dormir. Hay que descansar para mañana. Buenas noches, hija.
-Sí, Madre. Buenas noches.
Madre se va sin siquiera darme un beso de buenas noches, y yo voy a cenar. "¿Por qué mi mamá no puede ser como la de Luke? Ella le da besos y abrazos y le dice que le quiere, pero Madre no hace nada de eso. ¿Es porque no me quiere?" Después de cenar, me pongo el pijama y me acuesto. Derek me arropa y me da las buenas noches.
-Gracias por ser el hermano mayor que nunca he tenido. Eres el único que me hace caso en esta casa tan enorme. – Derek se ríe por lo que he dicho sobre la casa.
-Gracias a ti por ser la hermana pequeña me hubiera gustado tener.
Después de darnos las gracias mutuamente y de decirnos cuánto nos queremos, Derek me da un beso en la frente y se va. Yo me quedo tumbada en la cama, con las luces apagadas y sin poder dormir. ¿Qué pasará si papá se entera de que soy amiga de un niño normal? Pienso en ello hasta que quedo profundamente dormida.
LUKE
Estoy en el parque y de repente se me acerca una niña.
-Hola, me llamo Katie. – Yo la miro. Ella me sonríe pero yo no le hago caso y sigo jugando. – ¿Y tú cómo te llamas? ¿Por qué no hablas? ¿Qué te pasa? ¿Puedo jugar contigo? – Como no le respondo, decide irse, vencida. – Vale, pues adiós. Yo sólo quería ser tu amiga.
Estaba a punto de irse, y quería ser mi amiga, así que me decidí a hablar.
-Me llamo Luke. No me gusta mucho hablar y me da vergüenza.
-¿Por qué? – Quiere saber.
Me encojo de hombros.
-Nadie quiere hablar y jugar conmigo porque dicen que soy raro. Y todos los niños lo dicen – le digo.
-Oh... Qué malos son todos. ¿Quieres ser mi amigo?
-¿De verdad puedo ser tu amigo? – Se queda callada un momento, como si no creyera lo que acaba de escuchar y luego asiente sonriendo. – ¡Bien! ¡Por fin alguien quiere jugar conmigo y ser mi amigo!
Desde aquél día, somos inseparables. Y yo, feliz, le cuento rápidamente a mi madre que he hecho una amiga. Mi madre, feliz por mí, me abraza y me felicita.
Dos años después de habernos conocido, Katie me hace un regalo. Su chófer nos lleva a la joyería. Nosotros entramos mientras él espera fuera. Entramos agarrados de la mano. El joyero sale a recibirnos y a entregarle algo a Katie. Nos mira y sonríe.
-Con que... ¿ésta es la amiga para la que había que hacer el otro colgante? –dice en tono burlón.
-No se lo digas a Padre, por favor – Katie lo mira con ojos de cachorrito.
-No le diré nada, lo prometo – le guiña el ojo y ella le sonríe.
Abre la caja que le ha dado. Cuando saca lo que hay dentro, me doy cuenta de que son dos collares en forma de mitades de corazón de plata. Katie me da la mitad con su nombre y ella se queda la mitad que lleva el mío.
-Sr. Fernsby, ¿nos los puede poner, por favor? – Le pide.
-Con mucho gusto.
-Gracias.
Después de ponernos los colgantes, juntamos las mitades y nos miramos a los ojos.
-Siempre juntos, pase lo que pase – decimos a coro.
Nos despedimos y nos marchamos tal y como habíamos entrado: agarrados de la mano. Nos vamos al parque que hay enfrente a jugar. Jugamos hasta que empieza a oscurecer, entonces, Derek, el chófer de Katie, nos lleva a casa. Primero me deja a mí y luego se van a su casa.
Cuando ya estoy dentro, le enseño a mi madre el collar que Katie me ha regalado. Estoy muy emocionado porque nunca antes me habían regalado algo tan bonito como signo de amistad.
-¡Mira, mami! ¡Katie me ha regalado un collar!
-Es muy bonito, pero... ¿por qué pone su nombre y no el tuyo?
-Porque así siempre me voy a acordar de ella.
-¿Y en el suyo pone tu nombre?
-Sí, así no me olvida.
Le explico a mi madre lo que significan los collares y la razón por la que cada uno tiene el nombre del otro.
-Lo voy a llevar siempre y no me lo voy a quitar nunca.
En ese justo momento llega mi padre.
-¿Qué es lo que no te vas a quitar nunca?
-Este collar.
Le enseño a papá el collar y le explico todo lo que le he explicado a mamá. Después nos ponemos a cenar los tres juntos y mientras cenamos, les explico lo que he hecho durante el día.
Cuando termino de cenar voy rápidamente a mi cuarto a ponerme el pijama y me espero en la cama hasta que mi padre entra.
-Papi, ¿me cuentas un cuento?
-Claro, hijo.
Papá me cuenta un cuento muy divertido. Me gustan los cuentos que me cuenta papá porque no están en ningún libro. Se los inventa todos, cada día uno diferente. Por eso son especiales para mí. Y por eso le pedí que los escribiera, así yo podría contárselos a mis hijos.
Después del cuento, me arropa, me da las buenas noches y un beso, apaga las luces y se va. Yo me quedo tumbado en la cama, pero estoy tan eufórico por aquel día que me cuesta cerrar los ojos. Finalmente, dejo que el sueño me venza.
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