img Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas  /  Chapter 7 CAPíTULO VII. | 30.43%
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Chapter 7 CAPíTULO VII.

Word Count: 3088    |    Released on: 04/12/2017

o definible?-El libro en blanco.-Identificación del indio.-Condiciones para conocerlo.-Fenómenos psicológicos.-Un regimiento europeo y un regimiento indígena.-Ingratitud y agradecimiento.-La indi

e la historia.-Apr

n bien por la constante repetición que cuidadosamente hacen de pad

serva por la tradición, y algo, aunque poco, en el manuscrito. El cumintá

juco y tomáis asiento entre aquella reunión, que sin preguntaros quién sois, ni quién os presenta, os acoge con cari?o y os da lo que tiene; si entendéis el tagalo y lleváis algún tiempo en el país, desde luego comprenderéis que á vuestra llegada se bailaba y cantaba el cumintán. ?Qué es el cumintán? dirán aquellos de nuestros lectores que no conozcan las costumbres tagalas. El cumintán es una mezcla de todos los acordes tristes y melancólicos que se conocen en el pentágrama. El cumintán es una balada compuesta de suspiros. Sus notas son otros tantos ayes arrancados en el silencio de la noche, de la mujer que ama, del corazón que espera, del proscripto que tras la azulada bóveda busca cual otro rey de

que hay que buscarlo en esas perdidas casitas oculta

que es e

s ondulaciones de las caderas, acompa?ando á los cortos pasos con que van acercándose los bailadores. Al encontrarse, se paran y ella canta, tomando un tema alusivo á la persona por quien se da la fiesta ó picarescamente intencionado contra el individuo con quien baila. Concluída la copla, beben ambos, y cambiando la taza de cabeza, contesta el indio á la canción que le han dirigido,

antares. Hay una palabra en casi todos los cumintán que no se puede traducir á ningún idiom

uitán tagalo. Dicha palabra compendia todo un mundo de mimos, de caricias, de besos, de suspiros. Es

ocasión una india que cantaba un cundimán.-?Si tú estuvieras aquí, yo me pondría buena?-oímos decir una noch

, encontrándose los curiosos con que todas las páginas estaban en blanco. á más del libro en blanco, corre de boca en boca la célebre definición que hace del indio un doctísimo escritor, en la que asienta entre otras muchas cosas, lo imposible de conocer al indio. En las páginas en blanco, solo vemos, ya que no un cuento, por lo menos un rato de buen humor de

eto es la primera circunstancia que nos aleja de su conocimiento. Hacer con tiempo y cari?o que se identifique con vosotros; lograr que vuestra vista no interrumpa sus costumbres; aprender su idioma; ser tolerantes, procurando modificar con el ejemplo, lo que queráis reprender; llevar á su inteligencia la seguridad de que ni os burláis de él, ni tra

án mis lectores, ?de modo que para conocer al indio hay que hacerse tan indio como ellos? No, puesto que podemos asegurar hemos vivido muchísimo tiempo á su lado, tanto en el campo como en la ciudad, sin que jamás se hayan identificado nuestras costumbres c

El indio hace lo que ve hacer, y se deja llevar en momentos dados, desde sus indolentes sue?os á las altas regiones donde centellea la luz de los héroes. Un capitán espa?ol al frente de cien indios, puede recordar las grandes epopeyas de las guerras épicas. El espa?ol se bate por el ardimiento de su sangre, por el sacrosanto amor patrio, por su espíritu de raza. El indio se bate ante el ejemplo, ante la identificación que hace de su ser en otro ser, en quien reconoce superioridad. ?Misteriosa mistificación que crea y alienta una campa?a como la de Cochin

ioridad, está demostrada. De esta demostración, se deducen nec

tre ellos pruebas de olvido-cosa que por otra parte, y dicho sea de paso, no es de extra?ar, dado el estado de la humani

to, suele ser exigencias no otorgadas quizás

vincia?-decía en una ocasión

an ascendido, y por

mayor naturalidad-que te deje aquí,

la india, solo originan la gratitud. Es de advertir que aquella no tenía amores con mi amigo, y solo había tenido ocasión de prestarle aquel algunos peque?os

legría pintada en la cara en busca de las azules ondas de las castellanas playas. De pronto saltó desde el portalón á la cubierta una india, preguntó por el capitán, y una vez en su presencia le suplicó la llevase á Espa?a, ofreciéndole doscientos pesos por su pasaje. A las justas observaciones del capitán explicándole lo imposible de realizar su petición por no tener pasaporte ni haber llenado ninguno de los requisitos de embarque, la india rompió á llorar; volvió á suplicar, y no pudiendo conseguir nad

y de seguro se sonreirá amargamente al recordar la fac

amente imposible definir, máxime cuando corre de boca en boca tanta y tanta vulgar

justísima reputación de la revista y nuestra afición á la lectura nos hicieron adivinar un precioso cuadro que encarnaría algún cáncer moral. Principiamos la lectura, y á vueltas de bellezas de

cluso el asegurar que el indio es indefinido. Si lo han de tratar de la forma que lo hace el autor de La llaga social, más vale que lo sea y no le atribuyan cosas que está muy lejos de ser, y con las cuales se forman conceptos y apreciaciones completamente erróneas. Todos los indios de Filipinas, lo mismo los remontados que los de las ciudades; lo mismo los que campan

an serio y de los primeros de Euro

cribe la h

*

y Joaquín de Zú?iga, escribe en un manuscrito, valiosa joya que guardan los archivos de San Agustín, cuyo hábito vistió, lo siguiente: ?El genio de los indios, según los autores que han escrito de ellos, es un embolismo de contradicciones; dicen que al mismo tiempo son humildes y soberbios, atrevidos y cobardes, crueles y compasivos, perezosos y diligentes, y refieren de ellos otras mil contrariedades como estas. Yo he vivido con ellos diez y seis a?os y no he hallado contradicción alguna, sino una gran debilidad y mucha disposición á recibir la impre

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