entes.-Relente de la tarde.-Aguas sulfurosas.-El puente de la Princesa.-Belleza del paisaje.-Bravía y salvaje naturaleza tropical.-Melancolía.-Una ca?a acueducto.-El camarín de Alamino
, decidiéndome por último, aunque no sin trabajo, á se?alar día para seguir á Tayabas; aquel llegó como
arriesgado paso, formado de troncos de coco. El día en que hacíamos este viaje, ambos ríos traían poquísima agua, así que nos pusieron los caballos al otro lado sin salpicarnos las botas. Pasado el último, dejamos á la espalda una peque?a eminencia que da entrada á una bellísima ca?ada sombreada por miles de cocos, entremezclados de ca?as, baletes y madre-cacao, cuyas verdes cimeras entrelazaban aquella vegetación
el Banajao los envolvía la bruma, y la humedad de que estaba impregnada la atmósfera nos
a, ligeros surcos impregnados de los residuos mineralógicos que arrastran las aguas. En el puente de la Princesa dimos un peque?o descanso á los caballos, y tuvimos ocasión de examinar la solidez de su fábrica. Una escalinata hecha en uno de los estribos, nos condujo guardando ciertas precauciones al lecho del río. El puente lo constituye un solo ojo de una gran altura fabricado con suma valentía, y cuya consistencia la probó en el último baguio, el cual arrastró por comp
flor, todos los misterios de la selva y toda la grandiosidad de la vegetación intertropical, se muestran escalonados en aquellas alturas, en las que repercutido se deja oir el estridente chillido del mono, el agorero canto del calao, el triste gemir de
de tristeza el espíritu, y las brumas que se corren desde las quebradas d
todo esto!-dije á mi buen amigo, al par que ligera
o Pardo se le conocía con el nombre del camarín de Alaminos. Le interrogué sobre este particular y me contó que allí se había elevado un precioso kiosco de ca?a y flores en la visita de aquel general, al cual, según el testimonio de mi amigo, esperaban en aquel sitio má
nos regadíos, labrados y escalonados, en los que se siembra e
ente de aquel nombre, el cual le fué dado, según he podido averiguar, por ser el lugar se?alado por la costumbre para despedir los de Tayabas á los que se van. ?Qué t
matorral cesan y solo se extienden á uno y otro lado, tierras cultivadas, sembradas de palay ó pla
es muy fuertes que destacaban el negro del tápiz. La tayabense jamás deja el tápiz; monta admirablemente y cifra su orgullo en su traje de montar y en la riqueza de los atalajes de su caballo. Todas montan al lado izquierdo y desconocen el uso de la espuela, sustituyéndola con flexibles latiguil
lo asemeja á dicha letra-y dimos vistas á Tayabas, á cuyo bantayán llegamos de una trotada. El poste telegráfico que se eleva en la afuera del p