sus familiares. Decirle adiós a su madre fue una de las tareas más complicadas de los últimos meses. Más aún si le ponía en el aprieto de no contarle la verdad a Dimi
uardaban impacientemente el retorno de sus familiares, pues habían visto en las noticias el incidente. Peter tenía dieciocho años y la segunda, doce. Su rostro se
ás suspicaz y captó al instante que Natalie se veía obligada a marcharse. No formuló sus preguntas en voz alta; tan solo las almacenó en su mente
l número treinta y dos. Necesito que se aproxime al detector de metales mientras revisamos el contenido de... Oh, bueno. Desconocía que no lle
atontada que alerta a
opold no estaba allí para decirle adiós. ¿Qué ocurriría con su amistad durante todo ese tiempo? No les estaba permitido traer móviles, al menos, no los personales. Les obligaba
sa de su cinturón, y siguió los lentos pasos del hombre, fingiendo que le estaba prestando atención. En realidad, miraba constantemente a los alrededía identificar un rostro
llamó la azafata situa
n minuto má
to. Hizo de tripas corazón y ascendió otro peldaño, con la respiración agitada. Pensaba que ocurriría como en las p
a mujer de facciones angustiadas-. Por favor, señorita. Debemos partir ahora o no ha
iró-. Olvídalo. Terminó de ascender l
lda para no chocarse
cabeza de cabello pelirrojo sentada junto a una de las ventanas, con el rostro hundido en una revista. Mantenía las piernas cruzadas, y las botas negras insinuaban que no había tenido tiempo de cambiarse de ropa. Natalie dio por hecho que era Wil
vehículo y puso rumbo hacia el dichoso aeropuerto. ¿Se marchaba sin más? Se deslizó entre los presentes, esquivándoles, chocando unos con otros. El número de la terminal treinta y dos se iluminó, indicativo de que el avión estab
pasar por aquí -le impidió
tá despegando, ¿cierto? Si
r. Ya está en el
amó mentalmente, llevándo
entrada y hurgó en sus bolsillos, localizando aquello que tenía planeado entregarle. Alzó el colgante con el medallón de diamantes engarzados, ac
unidad -musitó. Mientras se marchaba
imía su pecho, el colgante se hundía en los chorros de agua, haciendo qu