Instalar App
Historia
El juego de amor más cruel de mi guardián

El juego de amor más cruel de mi guardián

Autor: Gavin
img img img

Capítulo 1

Palabras:3514    |    Actualizado en: Hoy, a las 10:57

Ricardo de la Vega. Él era mi prot

dijo que mi amor era "enfe

recuerdos antes de revelar que su compromiso era una "farsa", un juego pervers

fue pedirme que fuera su

azado; había orquestado mi humillación tota

za, un mentor brillante e intenso que vio el dolor que yo intentaba ocultar. Pero justo

baja y urgente-. ¿Cuál

ítu

ista de Al

te

Vega, el hombre que se suponía era mi tutor, mi pr

Ricardo ocupó el vacío inmenso, no solo como un tut

ntamente; fue una explosión, un fuego in

a suya era como oxígeno, sosteniendo e

u presencia, seguía siendo la niñita asustada que él hab

a sueño, cada ambición, susurraba su nombre.

hizo añicos el día qu

tieron como si me abriera el pecho

enojo, ni siquiera

echazo tan absoluto que se

de México. No con un grito, sino con una instrucción silenciosa y

desprovista de c

as madurar. Es

sano era la forma en que podía quedarse ahí parado, mirándome, la chica que ha

é todo para hacerlo se

ción. Topando sus tarjetas de crédito, acumulando problemas con la ley, recibiendo

que si presionaba lo suficiente, él finalmente me vería, me vería de ver

quería, llamó su asistente. No Ricardo. Solo un correo electrónico seco y educado advirtiend

hundió. Ni siquiera le importaba lo s

n. Me imaginé que correría hacia allá, furioso, preocupado. Pero no. Al día siguiente, un abogado junior se encargó de todo, papeleo y un sermó

tar varada, asustada. Esperé sus palabras cortantes, su irritación, cua

favor, asegúrate de tomar

encia, solo una indiferen

. No de la manera que yo necesitaba, no de ninguna manera que realmente le importara a él. La revelación me golpeó como un

por un dolor sordo. Estaba a la deriva, sin ancla, sin propósito. Las luces de la ciudad fuera de mi ventana ya no tenían su brillo mágico; solo reflejaban mi

a combinación perfecta para el dolor sordo detrás de mis ojos. Esta vez, no se trataba de provocarlo. Fue solo un accidente, un error estúpido y torpe que resultó en u

e, con su uniforme impecabl

Parece que has tenid

o pequeñas agujas pinchando una herida entumecida. So

s caros sobre el linóleo. Era un ritmo que conocía íntimamente, una cadencia que solía señal

o enroscándose en mis entrañas. Mis manos, apoyada

taba

lamar su atención, finalmente estaba aquí, pero no porque yo quisiera que est

a fuera de lugar en el ambiente estéril, acentuando su elegancia controlada. Sus ojos oscuros recorrieron la habitación y lue

, "malentendido", "papeleo". En cuestión de minutos, la atmósfera cambió. La amable oficial me ofreció una botella de agua, su sonrisa de discul

mirada. El silencio se alargó, pesado y sofocante. Me sentí pequeña de nuevo, una niña atrapad

, retrocediendo ligeramente. Me tomó la mano, su pulgar rozando un pequeño y

la, pero había un cambio sutil, un indi

re en voz alta, no en un susurro desesperado, sino en su presencia. Mis ojos se llenaron d

ecir, la palabra

mbros hundiéndose cas

s a cas

n. Era una orden, ca

s se abrieron, revelando las calles frías y oscuras de la Ciudad de México. Mi corazón era un tambo

agmentos de un pasado que había dado forma a este presente agonizante. Recordé la primera vez que dijo que "casa" significaba con él. Tenía quince años, recién huérfana,

ia vida, aferrándome a la única constante que había conocido: su mano. Pero su mano estaba fría, sin respuesta. El mund

rodilló ante mí, sus ojos amables, s

a contra mi mejilla fría-,

tutor. Me mudó a su enorme y minimalista penthouse, a un mundo de distancia de la casa de mi infancia. Me inscribió en las mejores escuelas, se aseguró de que tuv

ue confundí con algo más. Siete años en los que el calor de su mano en mi mejilla se transformó en el p

el vacío que dejó era un frío constante. Ricardo había llenado ese vacío, sin querer, por completo. Era el padre, el amigo, el confidente que nunca tuve

podía imaginar enfrentar sola. ¿Cómo podría no amarlo? ¿Cómo podría no confundir la gr

ar fachada de vidrio y acero elevándose sobre nosotros. El viaje

n un silencio más profundo. No m

claros. Mi responsabilidad contigo es como tu t

tes, precisas, como un abo

ecen que te comportes con dignidad. No más locuras con las tarjetas de

ejaba lugar

el nudo amargo en mi garganta. Incliné la cabeza, un reconocimiento silencioso de s

ser un problema, una niña, una carga emocio

ía ardido tan ferozmente por él no se extinguió con un gemid

su llamada. Cada vibración de mi teléfono era una pequeña sacudida de esperanza, u

í misma que me estaba poniendo a prueba, que estaba ocupado, que solo estaba esperando a que yo

n ritmo frenético contra mis costillas, y volví a su edificio. Me paré al otro lado de la calle, obse

gales. Su rostro era una máscara de concentración, su ceño fruncido, pero no por preocupación por mí. So

nte lo era. Yo no era parte de su paisaje emocional. Era una responsabilidad, un deber, un problema que manejar. El pensamiento fue una mano helada en mi corazón, ex

s pequeños roces con problemas. Cualquier cosa para romper esa calma impenetrable, para forzar una griet

e, una instrucción silenciosa. Nunca la ira que anhelaba, nunca la preocupación q

a escuchar su voz, para verlo mirarme con algo más que esa mirada en blanco y evaluadora. El moretón en mi mano,

de verdad, sin remedio. Lo llamé, no con una emer

las lágrimas corriendo por mi cara-. ¿Po

l teléfono, las palabras espesas

un corte afilado a travé

s entender la diferencia entre dependencia y a

omo si estuviera discutiendo un informe trimestral. Fue l

mi cama, el mundo exterior un zumbido borroso y distante. Mi cuerpo se sentía tan vacío como mi corazón, un agotamiento constante asentándos

ncontré un trabajo de medio tiempo e intenté convertirme en la "adulta" que él exigía. Era una existencia tediosa y solitaria, pero er

fundió con otra persona. La situación escaló rápidamente, y de repente me estaba defendiendo, no con ira, sino con un instinto frío y distante que no sabía que pose

Mi tutor. Mi verdugo. Mi pasado ineludi

sobre por qué estaba fuera tan tarde. Sus preguntas fueron pura

. No "¿Estás bien?", sino "¿Estás herida?

trataba de su imagen, su responsabilidad, su control. El último y frágil hilo de esperanza, el que había persistido en secreto a pesar de toda la evid

se apoderó de mí. Había una luz encendida en la sala de estar, un brillo s

rfección estéril de su hogar. Se sentía... femenina. Fuera de lugar. U

o, casi imperceptible, pero que envió una nueva ola de p

s hombros y ojos que brillaban con una confianza casi depredadora. Llevaba una de las camisas de Ricardo, holgada y

ostro enterrado en su pecho. Él la abrazó con fuerza, un gesto suave y tierno que nunca le había visto

tando de procesar la escena que se desarrollaba ante mí. Esto no podía ser real. No

voz bajando a un murmullo bajo

que retorció un cuchillo en mi corazón ya

jos, brillantes e inquisitivos, se posaron en mí. Un

esta... Alya? -Su voz era

extendiendo una mano

stina Castro. Es un placer conocerte po

nte en sus ojos. Miró a Ricardo, quien le ofreci

ncioso vestíbulo, haciendo añicos los últimos vestigios de mi

Instalar App
icon APP STORE
icon GOOGLE PLAY