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Historia
Ensordecido por sus palabras de odio

Ensordecido por sus palabras de odio

Autor: Gavin
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Capítulo 1

Palabras:3179    |    Actualizado en: 15/12/2025

para ayudar a mi novio, Emiliano Ríos, a convertirse en una estrella de

a tiempo para encontrarlo con una universitaria y es

é en la delegación. Emiliano entró corriendo, no para defenderme, sino para protegerla a ella. Me empujó con tanta fue

orque no lo perdonaba sin más-. ¡Te

re que acababa de destruirme de nuevo. No tenía ni idea d

ra y firme-. La pregunta es, ¿estás

ítu

vista d

sino con un anuncio emergente en mi celular de

thouse en Polanco ocho años atrás. «Adell, ese músico, Emiliano Ríos, es un soñador. Los soñadores rompen corazones, y ciertame

melodía que prometía una vida mucho más rica que cualquier herencia. Hice una sola maleta, dejando atrás la jaula dorada y a l

, me había gritado, pero vi el equipo cayendo, pesado y caliente. Lo empujé para quitarlo del camino, sentí el dolor abrasador cuando un altavoz cayó, aplastando mi oído izquierdo. El mundo se silenció de ese lado, un vacío sordo y algodonoso que

ciendo señas frenéticamente: «Te lo prometo, Adell. En las buenas y en las malas.

rme loft en la Condesa que ahora se sentía más como un santuario que como un hogar. Me adornó con ropa de diseñador, joyas deslumbrantes y una vida de lujo sin esfuerzo. Todo lo que había necesit

io. «El amor secreto de Emiliano Ríos: la confesión de una universitaria». Mi pulgar se congeló. Mi estó

ación insinuaba algo más, una relación secreta, indirectas veladas. Mi corazón comenzó a latir a un ritmo fren

e merece a alguien mejor que una mujer rota». «Supongo que se cansó de gritar, ¿eh?». Las palabras, crueles y casu

ntre dos. Pero solo uno llega a bailar». La implicación era clara: Emili

dicho por señas, sus ojos evitando los míos. «Una fecha de entrega importante. Ya sabes cómo es. Lo celebrare

o se sentía más pesado que de costumbre, una manta sofocante. Incluso había tenido una cita de seguimiento con mi audiólogo ese día. «Es notable, Adell», había di

ado aguda. Mi audición, finalmente regresando desp

amarra de cuero vintage, la que le compré hace años, la que juró que nunca dejaría que nadie más tocara. Se me cortó la respiración. Él llevaba un reloj nuevo, un el

amente real. Mi visión se nubló, lágrimas calientes ardían en mis ojos. Sentí un grito subiendo por mi garganta, p

torpes sobre el teclado.

«Todavía en el estudio, amor. Proble

r a verte? ¿Llevar

enc

o abarrotado y vibrante, riendo, con el brazo alrededor de la cintura de Emiliano. Él tenía la cabeza echad

jor noche de mi vida!», dec

estudio. Había ment

do de la traición, amplificado. Mi cuerpo se sentía pesado, clavado en el lugar, pe

ro Pulse vibraba a través del pavimento, a través de mis zapatos, hasta mi pecho. Me abr

ía, con la cabeza inclinada cerca de la de ella. Un sonido feo y crudo se escapó

ntro. Me palpitaba la cabeza, y la audición recién recuperada en mi oído izquie

labras uno de los miembros de su banda, dándole un codazo a otro

po para jugar a la enfermera. Además, Adell siempre fue tan... callada. Ya sabes,

. Todo ese rollo de "mi héroe", la gratitud constante. Es agotador. -Se rio, un sonido amargo y despectivo que me desgarró-. ¿Y el sexo? Como hacerle un favor a un caso de car

, el que me había dañado protegiéndolo, ahora era perfectamente capaz de escuchar cada pal

rativa de "ella me salvó la vida". No puedo simplemente dejarla. Todavía no. La boda sigue en pie por las apariencias. Pero

burbujas de celebración. Y entonces, sin pensar, la agarré. Mi brazo se balanceó, impulsado por una fuerza que no reconocí. La copa voló por el aire, brillando bajo las

biertos, la confusión trans

culó, su rostr

vista d

ara soportar. Lágrimas, calientes e incontrolables, corrían por mi cara. Mi cuerpo se convulsionaba con sollozos

señas tan tiernas de promesas de un para siempre, ahora se movían con una urgencia casi frenétic

as indiscretas y la música estridente, para controlar la narrativa, para contener el desas

ecerrados y fríos, atravesaron mi cruda vulnerabilidad. -¡Suéltala, Emiliano! Siempre es tan dramática. ¿

z goteando veneno-. Siempre la víctima. Siempre necesitando que la hagas sentir esp

me defendió. Ni siquiera lo intentó. Su silencio fue

ídos con una claridad brutal-. Siempre tan frágil. Tan fácil de romper. Se volvió... asfixiante. -Miró

mi amor era tan absoluto que perdonaría cualquier co

riante solidificándose en el caos. El zumbido en mis oídos finalmente disminuyó, reemplazado por u

geramente pero mi mirada inquebrantable-. Y no

edora un telón de fondo surrealista para mi terremoto interno. Salí del antro, sin mirar atrás. El ai

rror, siempre puedes volver a casa, Adell. Pero entiende, habrá condiciones». Su condición siempre giraba en torno a mi futuro, mis elecciones. Me había advertido sobre la codepend

pasada, por desestimar su sabiduría como un cálculo fr

brí mis contactos y encontré el número de mi madre. Habían pasado años desde que la había llamado

elto. En ambos oídos. -El milagroso regreso de mi audición, lo único positivo que surgió de es

ro lado-. La presentación arreglada. Me casaré con quien tú elijas, siempre y cuando no

dolor seguía siendo una herida abierta, pero debajo de él, una pequeña chispa de resiliencia parpadeaba. Había terminado

a, mi amor, mi audición, vertidos en un hombre que me veía como una carga, un caso de caridad. El peso de esa revelación se asentó sobre mí, pesado y frío. Pe

n mensaje formándose para Emiliano.

vista de

ontra mi cráneo, haciendo eco del caos de anoche. Había pasado la noche llamando frenéticamente a Adell, dejando mensajes de voz ca

a, ajena a la tormenta que se desataba en mi mente. Su presencia se sentía... incorrecta, una nota discordante en la si

nsaje de texto. Mi cora

vastador. «Se acabó. No

ntalla, leyendo y releyendo las palabras, como si fueran a cambiar, como si mágicamente se tr

ndolo hacerse añicos en cien pedazos. El impacto apenas lo registré. Mi mente daba vueltas. ¿S

o y grandes sueños. Adell había estado allí a través de todo. Mi roca. Mi musa. Mi... carga. Esa pala

Te debo todo». Y lo había dicho en serio. Juré que sí. Pero con el tiempo, la gratitud se había agriado en resentimiento. Su fuerza silenciosa, su

ión bienvenida de la agonía en mi pecho. «¡Maldita sea, Adell!», g

me golpeó con la fuerza de un maremoto. Se había ido. Y no tenía a nadie a quien culpar más que a mí mismo. El

-

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