ra
blanco. Era más que madera. Era la última promesa de mi padre, un símbo
nían un brillo triunfante que apenas disimulaba. Se agachó, fingiendo
minuta, casi invisible
se desvaneció, reemplazada por una furia oscura y protectora. Se arro
su voz más suave de lo
estado en silencio y roto durant
que no me había dado cuenta que llevaba enroscada dentro de mí.
contra él, con los ojos desorbitados de
do lo que
fue como un disparo en
incredulidad que rápidamente se endureció hasta convertirse en pura amenaza. Vi
usurró, la palabr
preparé. Levantó la mano, la misma mano que me había sostenido y herido y promet
tímetros de mi cara. La violencia en sus
ás", gruñó, su voz cargada de
memoria de mi padre en su suelo. Afuera, en el pasillo, las puertas del ascensor se abrieron. Al entrar, a
rañas. Recordé tener trece años, cuando un grupo de chicos mayores de un territorio rival me habían acorralado. Damián, con solo dieciséis años, había aparecido
ya no e
n. Me quedé en el pequeño departamento que la pensión de mi padre ha
amento se abrió de gol
eaba de su abrigo negro sobre el desgastado piso de madera. Avanzó hac
lo suficiente para ahogarme, pero sí para mant
gió, su voz un retu
nte, desconcer
"Sofía. Se ha ido. Dejó una nota diciendo que la amenazaste,
ros del mío. "Así que te lo preg

GOOGLE PLAY