ista de El
Macías fue uno de los primeros en levantarse de su asiento. Se echó la mochila sobre un hom
de texto gastados y metiéndolos en mi propia mochila
do junto a porristas risueñas y deportistas alborotadores. Él era el sol, y todos
sin futuro. Seguía mirando hacia atrás, una mezcla de impaciencia y al
so que cortó el silencio entre nosotros. El ham
re -dije, c
ó, sus cejas perfectament
Qu
ambre. No he comi
umanas básicas fueran un desvío inconvenie
omer algo
su mirada sin pestañe
. Estaba sopesando su impaciencia contra el riesgo de que yo me echara para a
rritación calle abajo-. Hay un
eso -dije simpleme
o se mordió la lengua para no solta
sea. V
nilo de las cabinas estaba agrietado y una fina capa de grasa cubría cada su
de arroz frito. Le pagó al cajero con un billete arrugado d
una expresión de puro desdén en su rostro mientras yo devoraba la comi
sto a alguien
llenando el agonizante vacío en mi estómago. Esta sensación... la
enosa disfrazada de esposa preocupada. Había envenenado a mi padre, Daniel, en mi contra, convirtiéndolo en un cascarón déb
, un futuro- yo no debía tener nada. El método de Anahí era simple y brutal: privación financiera. Le daba a mi padre lo suficiente de su salario de mecá
isa enfermizamente dulce, mientras Ximena masticaba una bar
za, convertía mi mundo en una neblina de desesperación. Estaba diseñado para hacerme fracasar. Para sabotear mi
mi primera vida, había
edor con un suspiro de satisfacción. Era la primera ve
né -an
de pie de un
. Vám
y lo agarré del brazo. Mis dedos s
calor de su piel, la repentina y aguda tensión en su músculo. Una reacción pura y primitiva.
o ronca. Se aclaró la garganta-. Necesitas
y deliberada de mis la
das... son tan
i rozando su oreja. El olor de su co
Motel El Zafiro, justo al final de l
ueblo, donde los amoríos ilícitos y los tratos de droga
ndo y bajando. El depredador pensaba que su presa estaba cami
l era el que estaba a

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