ista de Ai
amaba "nuestro hogar". La palabra era una mentira. Cada rincón de la enorme mansión m
os por la victoria y la champaña barata. Éramos tan jóvenes, tan llenos de fe. Un sollozo gutural se desgarró de mi garganta, y mi man
un regalo mío, quedó esparcida por el suelo de mármol. Los libros de primera edición que atesoraba fueron arrancado
a en medio de los escombros, un fantasma en nuestro palacio en rui
nios hicis
cido y zumbante. La lucha se había ago
llo perfecto, su ira transformándose rá
. -Pasó por encima de un jarrón roto-. Pero destruir la pro
las palabras ap
dícula. ¿A
er lugar m
nto, su mente ya calculand
Cancún. La prensa pensará que solo estamos teniendo una s
etenta años, cuya frágil salud no podría soportar un escándalo, pasó por
entí, mi
o, vasto e indiferente. La casa de la playa fue nuestra primera gra
mo una enfermedad. Mis ojos se posaron en la mesa de centro. Una copa de vino rosado a medio terminar, una mancha
barazos de celebridades. No solo había estado en su cama; había estado en nuestra vida, en nuestro hogar, ¿por cuánto tiempo? Una oleada de náuseas tan poderosa qu
e las olas. Había abierto todas las ventanas, desesperada por ventila
s pasado -dijo, su voz desprovista de discul
a lista de reproducción aleatoria de rock furioso resonara por los al
proveniente de su teléfono que había deja
te extraña. No deja de patear, just
vida, un mundo secreto donde hablaban de las patadas de su hijo.
tud y se acercó, su rostro una
que hablar de es
sta el borde de la terraza, la
ió, su voz
qué ser el final.
esta. Distraído, frustrado, miró su teléfono para responderle. Estaba tan consum
rás, sus brazos agitándose, y se estrelló contra
en una lluvia d
Un gran fragmento de la mesa rota estaba incrustado en mi antebrazo. La cubitera de champaña, un regalo
atardecer convirtiéndose en un
me tragara fue la voz de Damián, cruda co
¡Dios m