o, un título que él nunca honró. Estaba enamorado de otra muj
rogué por la medicina que había prome
ínculo mental, escuché la risa de ella de fo
arme con trivia
os sanadores principales lejos del lado de mi padre. Él mur
ombre que se suponía era mi otra mitad. En su obses
amada de ella, deslicé una sola página en una gruesa pila de documentos. La firmó sin leer, y con u
ítu
ÍA
ota un puño diminuto contra el cristal. Adentro, el silencio er
nto de piel, con las manos apretadas en
rágil en la quietud opresiva del auto-. Han pasado tres añ
allado en piedra. Su aroma -como un bosque en invierno después de una nevada fresca, pino agudo y tier
ación en mi propia voz. Era la nonagésima novena vez que le rogaba. Las había
la ma
posición no necesi
ra guerra fría. Miró la pantalla, y el granito de su expresión se derritió. Fue un cambio sutil, pero para mí, que
ahora un murmullo bajo y c
e había ido, reemplazado por una calidez que no había sen
ta para la Gala de la Luna Lle
iga de la infancia, la mujer que él creía que era su verdadera com
as no derramadas. Él continuó hablando con ella, sus palabras tejiendo la imagen de una vida
la llamada, el hielo reg
acotamiento de la carretera desierta,
abras fueron secas, de
é, con
stá lloviendo
r mi cuerpo. Era una fuerza física, una presión detrás de mis ojos y en mis huesos que exigía obedi
on ese poder innegable-: "Ve a c
ió dentro de mí, encogida ante su dominio. Esta era la maldición de la
mi teléfono desechable vibró en mi bolsillo. Un zumbidolista. Una sem
sperando, me dio una pizca de fuerza.
voz temblorosa-. El boticario de la mana
un sonido moles
eñaló el asiento trasero-. Mi asistente hizo que te entregaran algunos vest
ablemente llenas de los rosas pálidos y blancos que e
tal con ella. La conexión mental era un vínculo sagrado, usualmente reservado para asuntos de la manada o la más profunda intimidad entre compañeros. Él la
miró, sus ojos ahora completamente vacíos de c
olo un despido frío y simple. No nece
lluvia fría me empapó al instante,
a Escalade salió disparada hacia adelante, lanzando una ola de agua
a tormenta, mi loba interior no solo gimió. Aulló.
e era una patética Omega que se aferrar
años de Rosalía. Adentro, no había secretos de la manada ni documentos financieros. Era un santuario. Lleno de su ropa: bufandas, guantes, incluso un camisón de seda. Todos pulsaban
orrarme de nuestro vínculo, reemplazar mi alma con un fantas
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