do. A mi lado, Luna dormía profundamente en su asiento, con la cabeza apoyada en mi regazo y sus pequeñas manos hechas un puño.
nubes blancas que parecían de algodón, muy diferente al cielo gris que había dej
illo, su sonrisa profesiona
egado. Puede desabr
n suavidad, susurrándole al oído que ya habíamos llegado a casa. Ella parpadeó,
os en Méxi
or. Ya est
calor familiar, pegajoso, que me trajo de golpe una avalancha de recuerdos. Recogimos nuestr
mero desconocido, pero sabía perfectamente
uen
Soy yo,
estuviera hablando con un socio de negocios y no con su s
ío
, supongo. El vuelo
ra una afirmación. Él
bamos de
perando en la puerta tres con un cartel con tu nombre. Te lle
omo si estuviera organizando la lo
aci
la ventana de su rascacielos en Santa Fe, con su traje impecable. "Le compré un reg
la garganta. Elena. Su esposa. La
ará," logré decir, mi
omo un cuchillo. "Espero que hayas madurado en estos años. No quiero que tenga
millación de sus palabras me quemó por d
" respondí,
in desp
el teléfono en la mano y las lágrimas amenazando con des
, está
rza, escondiendo
vida. Solo estoy
a. No estaba cansad
esa vez escribí sobre él. Escribí sobre cómo lo amaba, no como a un tío, sino como a un hombre. Escribí sobre su sonrisa, sobre la forma en que sus ojos se ar
o. No sé cómo, no sé
e entregó un boleto de avión para España y una carta de a
a. Para que estudies, para que veas el
oportunidad, era un exilio. Me estab
bienvenida era una advertencia, una forma de recordarme mi lugar. El