s a
aron muerta, pero Javier, mi exesposo, n
silencio de la viej
o una nube de polvo que cubrió las buganvilias resecas que nadie cuidaba.
rofundo asco en el rostro. Sus zapatos italianos, hechos a la
cio, como si cada rincón de esta hacie
ar tan as
ue para los guardaespaldas q
ujer haya podido esconde
n traje negro y rostro
principal, las caballerizas y la bode
íbula, la vena de su
n esconderse, busquen de nuevo, revisen cada maldito cent
i estuvieran buscando a un animal y no a una persona. Los gritos de "¡Elena Rojas, salg
ro se suavizó por un instante a
ya estoy aquí. La enco
o, su expresión se to
de, siempre lo ha sido, pero no te preocupes, So
s fuerza, gritó al aire, como si yo pudier
do! ¡Deja de jugar a la víctima y s
, incluso en mi estado de alma errante. Para él, yo no era má
s matorrales, era Pedro, un vagabundo al que todos en el pueblo
los ojos enrojecidos y una e
bería estar a
o miró c
ecirme qué hacer? Lárgate de mi p
da se fijó en un punto específico del patio,
o está, patrón,
de Javier se
stá loco, señor,
nrió con
do sin un centavo? Seguramente está escond
do su espacio personal con
dónde está y no me lo dices, te juro que
antuvo su mirada fija en aquel
sando, patrón, por