ba, con los ojos hinchados por las lágrimas ya secas, aferr
creyó la devastadora verdad de la muerte de nuestro hijo, sino que, manipula
ro, y, en un acto que me desgarró el alma, entregó el amuleto de vicuña de nuestro hijo a Anderson,
i hijo pudiera ser tan ciego, tan cruel, tan absolutamente desp
asha que me irritaba la piel por mi alergia, desgarrado en mis manos, comprendí que