a, pero sí la más intimidante. Frente a ella se alzaban treinta pisos de acero, concreto y vidrio ahumado, como una declaración de poder. El hall de en
rogramada a las diez -dijo, con voz
ompleto,
na Or
tecleó con rapide
, piso 28. Le e
las puertas metálicas comprobó su aspecto por última vez: blusa celeste, falda lápiz, cabell
e batalla. Del otro lado, sentados como jueces, tres entrevistadores esperaban en fila. Dos hombres de traje oscuro, co
as, observando la ciudad como si él mismo la hubiera diseñado. Alto, postura rígida, manos en los bolsillos. Su traje gris oscuro er
El que había llevado a la empresa a ser una de las consultoras más agresivas y exitosas del paí
vistadores, sin presentarse-. ¿Por qué
ortesía y se sentó
e soy lo contrario
brazos. Mateo Ruiz, en cambio, no mostró ninguna reacción. Se
denó, con voz b
ntes anteriores. Todas con currículums perfectos, experiencia e
entó interrumpirla, pero ell
r mi trabajo, y hacerlo bien. Soy eficiente, organizada, y no tengo miedo de decir lo que pienso. Tal vez
. Denso.
í y la miró durante largos segundos.olero insolencias? -pre
o si busca a alguien que le rinda pleitesía, ¿para qué hizo
revistadores. ¿Una risa contenida? Impos
a mirar su hoja de vida, la hoje
os f
preguntó la
algan -repitió Mateo,
n expresión confundida y salieron de la sala. Marina pe
ró, Mateo dejó caer el
o solo cuando quiere perder
ente a alguien que necesita
a adelante, apoyando
no me
no me i
i ambos midieran no solo las pala
Mateo se p
za el
erd
perder el tiempo con agradecimientos
o quiero
ir con la duda de qué ha
. Marina se quedó sentada, con
ior, algo se encendía. No era emoción. Ni expectativa. E
menzó la
tar a