us amigos mientras mi ataúd descendía a la tierra. Y vi a Mateo, mi hermano, no con tristeza, sino con una extraña mezcla de cul
egamente enamorado de Isabella, le entregó todo en bandeja de plata. Vi cómo destruían el legado de mi abuela, vendiendo la empresa pieza por pieza para financiar sus vidas
a ah
eco. El mundo giró violentamente. El coche en el que viajábamos con mi abuela fue embestido
vez, yo es
té, mi voz ronc
ontra la ventanilla rota y un corte profundo en la frente del que manaba sangre sin cesa
. Un error fatal. Él y Isabella estaban demasiado ocupados preparándose para la fiesta de ella. Me dijeron que l
sta
pero no por miedo, sino por una furia fría y una determinación de acero. Me incliné sobre m
uanta", susurré, mi aliento for
a ciegamente en su familia. La muerte me había enseñado la lección más dura de todas. No
por la adrenalina. No busqué el número de Mate
ticular y un camión. Hay una herida grave, una mujer mayor, inconscien
endo, empapando el trozo de tela. Presioné con más fuerza. Cada segundo contaba. Sabía lo que venía despué
eparada. No iba a rogar. No
asiado tarde. Ahora, era la música más hermosa que podía escuchar. Me aferr
Lo juro. Y ellos... e
mbulancia sin dudarlo, sin soltar su mano ni por un instante. El vehículo se puso en marcha, abriéndose paso entre el tráfico de la Ciudad de México. El viaje al hospital fue un b