taba, ni siquiera me miraba. Por un momento estúpido, pensé que tal vez la confro
ivocada
los de licra. Era un lugar pequeño, aislado y con poca luz, un laberinto de estanterías me
el chirrido de la puerta metálica al cerrars
loqueando la única sal
lo que recordaba, un muro de músculos con una camiseta que le quedaba pequeña. B
¿no?», dijo Yolanda con una sonrisa torcida. «Ay
e mí, frío y paraliza
a señora Scarlett tiene algo para ti. Un regalo.
hacia mí, sus movimient
ocediendo hasta chocar con una estanterí
mujerzuela como tú? Yo soy una pobre viuda con un hijo enfermo. Tú e
sin aliento. Lo t
atrápala»
me escabullí por un pasillo
aguda por el pánico. «¡Si
aza simple pareció penetrar la niebla de su m
olanda. «Solo quiere jugar. Agárrala fuert
n se desvaneció, reemplazada por una determinaci
la de rollos de tela. Sus manos enormes se cerraron sobre mis b
se acercó, sacando su teléfono. A
eo. «Esto nos servirá de seguro. Si vuelves a abr
lo querían asaltarme, quer
mi blusa. La misma que había remendado la noche anterior. Los botones s
bre mi piel. El asco y el terror me
usar: su cabello. Tenía una mata de pelo grueso y gra
nfantil, y aflojó su agarr
tó Yolanda, y se
cabeza rebotó contra los rollos de tela. Las luces del almacén p
ndo. Yolanda estaba de pie sobre mí,
levantando la mano pa
preparándome p
golpe nu
É DEMONIOS EST
retumbó en el
a puerta, con la cara pálida de
el aire. La expresión de su rostro pa
abalanzó, apartó a Yolanda de m
ritó a Yolanda. «¡Tú y
Agarró a Máximo del brazo y lo arrastró fu
lado. «Scarlett, ¿está
a blusa hecha jirones y la mejilla ardiéndome por el golpe. Las lá
l terror y la humillación se habí