olor a desinfectante en los pulmone
servidumbre disfrazada de amor, soportando a mi "enfe
o, y soportando los arrebatos de un hombre que simula
me destrozó el alma: Máximo y Yolanda se reían y hablaban de casarse, y de c
nunca estuvo enfermo. Era todo una fars
comprensión de una traición monstruosa. Mis últimos s
scos, y la luz del sol sevillano inundaba mi salón. Estaba de pie, con un delantal, en medio de
ara Yolanda. La Sangría, roja y fría en mi mano, se convi
les dije, y por primera vez