s, su contrato
anos era fría, sin emoción, como s
una carta
entos en mi cocina, la sección de repostería del restaurante
adera razón. Su nombr
Vargas, su exnovia de la alta soc
ía vivido durante tres años, me estaba desechando para hacerle
endi
ije nada más. No su
calma. Esperaba lágrimas, quizás un
que eran una extensión de mis manos. Cada objeto guar
servicio, la misma que
nces l
de los cristales relucientes, Mat
abía mostrado a mí. Su sonrisa era amplia, genuina.
pesado, un bloque d
e manejaba su casa y satisfacía sus caprichos. Él me sacó de
alioso, pero al final, un t
humillación era un sabor amargo en mi boca, p
enga