arrojándome los papeles del divorcio. A su lado, mi esposo, Patrick, me miraba con una frialdad desconocida. En la pant
egado a su clímax. Ellos creían que me dejaban sin nada, culpándome de una infertilidad que, irónicamente, era suya. Cada insulto, ca
a perdido la cabeza. Nunca antes había tenido las cosas tan claras, porque
astillo, el rey del café. Mi jefe. De la noche a la mañana, la abandonada huérfana se convertía en la heredera de un imperio. Y mientras mi vida se transformaba, escuché a m
Patrick. La determinación fría y cortante me invadió. Y