os, y con cada kilómetro, sentía que me alejaba de una vida que nunca fue realmente mía.
nfancia, el olor de la verdad. Mi casa era modesta, de adobe y tejas, pero era un hogar. Mi fami
cielo estrellado desde el pa
el becado, el chico del pueblo con un talento natural para el mezcal. Al principio, había una admiración genuina. Ella se ma
portaba la esencia, el conocimiento ancestral que mi familia me había transmitido. Ella lo
gas más prestigiosas del Valle de Guadalupe. Era el sueño
e no confía en mí. Contigo a mi lado, demostraremos lo que valemos. Emp
a y me uní a su empresa familiar. Creí
elevando el prestigio de Casa Valbuena a niveles que su padre nunca había imaginado. Pero a medida que mi reputac
ba, cómo le susurraba cosas al oído. Empezó a aislarla, a crear una barrera entre nosotros. Las cenas románticas se
y mis sacrificios. La mujer de la que me enamoré, la que admiraba mi pasión, habí
orado todas las señales. Me había aferrado a la imagen de la Is
el fin. Fue solo la prueba irrefutable de q