ndo Soto para sal
euda que acumulamos era una soga al cuello. Hernando, el dueño d
idós años, él
ellido, su fortuna, a camb
s sueños de ser una bailaora famosa en
oro, pero seguía
aban con una mezcla de lástima y desprecio. Yo era la jo
no sabía cómo ponerme, pero por las noches, la cama era un desierto.
l baile, ahora no tenía dónde salir. Pero me mantenía fiel, era el pre
a en un rincón. Las otras esposas, mujeres como Isabel, la mujer d
, el dulzor del vino s
mareada, y empecé a caminar por l
puerta eq
luz de unas velas. El aire olía a incienso exótico,
a colección de objetos de marfil y jade. Eran juguetes, forma
ad. Tomé uno de los objetos. Era
el corazón latiendo con fuerza. Una oleada de calor
ación, con la cara sonr
ura, y una sonrisa lenta y comprensiva se dibujó en s
reto. Sabía