a lucha diaria, pero me sentía segura junto a Mateo, el homb
iálisis urgente, cuestión de vida o muerte. Acudí a Mateo, mi pareja, mi supuesto compañero de vida, y su
ré sus chats llamándome "la oaxaqueña interesada", sus recibos de viajes de lujo y un Rolex para su "mejor amiga". Pero el golpe más cruel llegó en la galería donde
umulado por mi propio trabajo? ¿Cómo pudo ser tan desalmado, tan cruel, miránd
s que antes moldeaban arte, ahora apretadas con una furia inquebrantable. Esta vez, no habría lágrimas. Solo una promesa: