es, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega
pensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de
nsa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permi
ia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monst
el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una fria