Mor
enta
cara tirando mis lentes al suelo, las risas no se hacen espera
to le costó comprarme roto, y por eso, su enojo se vuelve el mio. Unas manos toman el balón y me empujan quedando sentado en el suelo,
os Unidos se dio por vencida de mi conducta y según mi padre, es
esta aturdido y no deja de mirar la sangre en sus manos, todos sus amigos están de la misma forma y yo sonrío con cierta felici
res, que tiene tres pisos, dos chimeneas, y muchas cosas que no me interesan, cierro la puerta en total silencio y obs
uro después de la casa de mi abuelo, aunque técnicamente no es su casa, es de todos los abuelitos q
lágrimas salen sin parar cuando el agua me hace arder las heridas causadas por la última golpiza que me
y salgo con una sonrisa del baño a vestirme. Una sonrisa mal fingida, una pésima sonrisa que se esfuma cuando mi padre entra furioso al cuarto, su mirada lo dic
me manda al suelo -Me acaban de llamar los señores Grey, maldito imbéc
is costillas, mientras el ardor se hace presente y mi
boca del estómago dejándome sin aire -Tu momento de sentirte más que un Grey nos dejó con una suma de dinero muy alta
esnudo sobre el piso sin poder moverme, sujeto la parte de abajo de la
media palabra duele como la verga -Párate del maldito piso Eros, que por
jo- logro decir
mi marido. Ahora pára
anos para soltar todo el vómito que sale de mi garganta, me levanto torpemente y la im
í, ese momento de valentía en la cancha me bastó para entender que soy fuerte y puedo defenderme s
cuero negro y tiro
que no fue él quien me golpeó y eso me duele más, por
mi casa es un huracán que poco a poco
se me acerca con pinta de ser gánster y por primera vez lo ac
ás debería defenderme, pero solo piensa en sí misma. Una línea blanca más y mi alma lo agradece porque se