e a alguien más. Cuando ese es el caso, sólo es cuestión de
Por ello, Estela, la reina del hogar, siempre trabajando sin descansar, prepara ya la mesa para su amada familia. Pone
ontra el cáncer. No obstante, en la vida siempre hay deslices, y Estela se encontró con el suyo a las puertas de la universidad: drogada por sus ilusiones, pisó una cáscara de plátano, lo que, a su vez, propició
los apenas se conocieron. Aunque, al menos, tuvieron la sensatez de terminar su relación académica a los dos meses de conocerse, antes
ambio de una empresa no menos encomiable, criar a sus hijos p
automáticamente arriban los tres grandes proyectos de los Martínez. Lo
uda el mayor, de
de los rasgos faciales de su madre, cabello castaño, ojos claros, nar
nvestiga pronto el seg
ece mucho a Jaime, su padre, nadie se explica cómo e
recuerda Estela con una sonrisa que ya antic
ás cariñoso de los t
de afecto las mejillas
ámara a quitarse la ropa de trabajo junto con el estrés. Los hijos parecen no darse cuenta de que un extraño ha venido en lugar de papá, pero Estela sí lo nota. Aun así, la paciente mujer no se
señora se dirige a su taciturno marido... «Por lo qu
n que el señor químico e
mpañarlos -sabiamente, le recuerda que es el único momen
sorda para darse cuenta de la obscura bandada de reproches en
contesta Jaime b
e en los cambiantes ánimos de su cónyuge y
a no cuento como hombre ante sus ojos. De no ser porque la que sí me ama me lo hubie
hora d
reocupa-. Es que ayer me prometió que
r. Lo que hace que Estela se compunja por Jorgito, el único que se ha queda
muy ocupado ahora, pero si mañana no juega con
ugar? -desconf
ora se echa a r
tu papá ni siquiera conocería el balón -presume la
ciona Jorgito-. ¡Ya
dormir que un buen futbolista necesita mu
mo Estela, las cuales saben resolver
el día de mañana. También verifica contar con lo necesario para el desayuno. Aunque al final, ya que no ha cenado
mo encarar el último pendiente del día, su ause
sube las escaleras rumbo a su alcoba con pasos tan pesados como su cansancio. Supone que Jaime ya duerme, por lo que abre la puerta
-sondea e
s? Hoy quiero dormir contigo sin dormir -p
de un último intento y se
or lleno de pétalos de rosa-. Tengo que admitir que me has sorprendido
puesta de su amante se tumba en la cama, con el desinterés de
e su mujer ni se ha percatado que ahora hace
avidad de tus plantas -conf
ual indeseable figura paterna que aparece en lugar de su hija ante la serenata del pretendiente, toscos ronquidos respo
s mi mujer? -se relame l
aun le da la espalda para, a su vez, echar pierna sobre el reposo. Aun así, el mendigo s
mo diciendo «Qué patético, un tigre hambriento incapaz de comerse la oveja que t
lvidó que ella es una mujer y su esposo un hombre. Entonces Jaime se hastía de
ma vez al querer dar con la fórmula para que
ie, toma su teléfono y acude a ciert
a sus pies; pero ¿sabes con qué me respondió? Con melodiosos ronquid
en el convento...». La llamada es
*