olía a azahar y a un futuro que ya no me pertenecía. Yo, Elena, su esposa durante
puso en el centro del patio, anunciando ante todos que Sofía, su amante, le daría un heredero. El
atender a los invitados como una sirvienta, y luego, con la complicidad de Sofía, me echó de mi propia habitación princi
iquia de mi familia de Triana, para que Sofía la usara. La seda se rasgó con un sonido horrendo, a
haces lo mismo para llamar la atención". Mi esposo, el padre de mi futuro hijo, me dejó allí, luchando por cada bocanad
r primera vez en nueve años, el número de Javier. Desde las profundidades de mi prisión, le rogué: "Sácame de aquí, Javier. Me