cento madrileño sutil pero marcado, que le daba un toque de autoridad
Se acercó al escritorio y se detuvo frente a él, mientras Elena cerra
frente a su escritorio con un gesto casi imperceptible de su
poyadas en su regazo, una postura que le parecía ridícula pero necesaria. La tensión en la h
ulcra de su escritorio. Lo miró sin interés, sin siquiera tocarlo, luego l
al, señorita Romero. De las human
el nudo en su gargant
dades de organización y comunicación, aunque no provengan de
ades de co
uda cada palabra que salía de su boca -¿Escritura creativa? ¿Discur
yo. "Ficciones", pensó, "usted no sabe cuán cerca está de
sional, cada palabra pesada con la intención de convencerlo -Y sintetiza
n pequeño, casi impercepti
en lo obsesivo. Mi agenda es un campo minado. Mis exigencias, inflexibles. Los errores... no so
ra mejor que cualquier novela. Este hombre era
voz recuperando algo de su habitual seguridad,
Y soy... persisten
ando algo, una grieta, una debilidad. Ella sostuvo su mirada,
el fondo de sus ojos, un destello fugaz. Un parpadeo, q
o algo en su expresión se suavizó por un microsegundo, una fracción de segundo qu
es una cualidad.
a descalificado, si su aventura terminaría antes de empezar. Su corazón latía con fuerza, una m
lmente, su voz cortante
o en punto. Doña Elena le indicará la tarea. Si no llega
eo de emoción. Una prueba. Esto era más que una entrevista, era una audición. Y el
to de cabeza, apenas un movimi
a oficina, sintiendo aún la penetrante mirada azul e
ia sonrisa en los labios, casi imperceptible, que parecía estar cont
voz ahora con un toque de complic
es, si tiene suerte.
la tensión acumulada. Una risa que era más p
ora llena de una nueva determinación, una
ver
a funcionando a mil por hora. Tenía material. Oh, sí, tenía material para su novela. El jefe odioso, el halcón de mirada azul, la prueba imposible. Todo era perfect
obvios. A veces, se escondía detrás de un escritorio, en la mi