epto. Me voy
ra firme, sin rastro de duda
lado de la línea. "Haces bien, muchacho. El duende no puede vivir en una jaula, a
que había sido suya durante veintiséis años. Era un adiós. Adiós a Jerez,
triz redonda y fea marcaba su piel. La quemadura de un hierro cande
erta se abrió. Era Leo, el usurpador, y a su lado, Isabel
cintura, una intimidad
humilde. "Isabela y yo vamos a salir. ¿No vien
ntes lleno de devoción por él, a
a de asco. La frustrac
susurraba al oído: "Cuando nos casemos, tu música será la banda sonora de nuestra
bía pedido a su madre, Ca
. conectamos mejor. Es lo c
esa fachada de inocencia, veía
ambién una liberación para ellos. Les quit
antil. "¿Me prestas tu reloj? El mío se rompió.
burla.
liberadamente con sus propios pies, cayendo al s
rrodilló junto a Leo, protectora. "
acusación helada. "¡Cómo te atreves
s dos hijas, Sofía y Lucía, entraron e
cho?", gritó Carmen,
zó Sofía, pero se calló al
uera un extraño. "Le he dado a Leo tu puesto como director creativo en la
podía romperse más, se vació por completo.
coger su guitarra, su
el último adiós a mi